2013.07.07 – Comentarios a la primera de las «Consideraciones intempestivas» de Nietzsche

Nietzsche, primera consideración intempestiva, OC vol. 1, p. 643: “La cultura es ante todo la unidad del estilo artístico de todas las manifestaciones de la vida de un pueblo. Sin embargo, ni el mucho saber ni la mucha erudición son un [p. 644] medio necesario de la cultura, o un signo de ella, y en caso de necesidad se entienden muy bien con lo contrario de la cultura, la barbarie, es decir: la falta de estilo o la confusión caótica de todos los estilos.

  • Valoración positiva de la “unidad de estilo” y negativa de la “confusión de estilos”: unidad frente a pluralidad. Raíz inequívocamente romántica de esta visión “unitarista” de la cultura como “expresión de un pueblo”. La pluralidad como degeneración, decadencia (esquema valorativo análogo al de la visión negativa de la “pluralidad racial”).

Y precisamente en medio de esta caótica confusión de todos los estilos vive el alemán de nuestros días; y no deja de ser un problema serio el que, con toda su instrucción, le sea posible no darse cuenta de ello y se alegre además de todo corazón de su «formación» actual. Todo tendría, sin embargo, que instruirle: cada vez que mira su vestimenta, sus habitaciones, su casa, cada paseo que da por las calles de su ciudad, cada vez que entra en las tiendas de los comerciantes de la moda artística; tendría que tomar conciencia, en las relaciones sociales, del origen de sus ademanes y movimientos, y en las instituciones de arte y de placer que son los conciertos, los teatros y los museos, de la coexistencia y el solapamiento grotescos de todos los estilos posibles. El alemán acumula en torno a sí formas, colores, productos y curiosidades de todos los tiempos y de todos los lugares produciendo así ese moderno colorido de feria, que los doctos a su vez vienen a considerar, y así lo formulan, lo «moderno en sí»; y en medio de ese tumulto de todos los estilos él permanece tranquilamente sentado.”

  • Nietzsche como crítico de la modernidad: “colorido de feria”, “coexistencia y solapamiento grotescos de todos los estilos posibles”. Nietzsche acierta plenamente en la descripción de la novedad específica de la cultura moderna (aunque considerándola en exclusiva como algo propio de la Alemania de su época), pero en su defensa de una cultura unitaria, de un estilo único, Nietsche se muestra como un retrógrado, un nostálgico de los tiempos en que la simplicidad de la estructura social y el monopolio de la cultura por unos pocos privilegiados tenían como consecuencia la unidad de la cultura, la ausencia de pluralidad. (Se muestra, una vez más, cómo los críticos más lúcidos de la modernidad son precisamente quienes mejor la han sabido caracterizar).

 

  • Nietzsche habla de los “doctos” que denominan a esa pluralidad de estilos “lo moderno en sí”: con ello se muestra la difusión que el concepto de “lo moderno” y su asociación con la pluralidad tenían en los años en que se redactó la obra (1872?). Por otro lado, lo moderno no es solo la “alta cultura” sino todos los fenómenos culturales (concepción amplia, integral de cultura: moda, ademanes, etc.; ¿en qué medida esa visión de la cultura suponía una novedad en su momento? Anticipa las orientaciones de la “sociología de la vida cotidiana”).

 

[p. 645] “…la verdadera cultura presupone [p. 646] en todo caso unidad de estilo (…) …ni siquiera puede pensarse una cultura mala y degenerada sin la diversidad que confluye en la armonía de un único estilo”.

  • El estilo unitario es la “armonía de la diversidad”. Por tanto, lo que Nietsche critica no es tanto la pluralidad como la falta de integración (el estilo único surge como concordancia de la diversidad).

[p. 660] Cita de Delaforte a Madame deStaël: “debo confesarle, mi querida amiga, que aparte de mí no encuentro a nadie más que tenga siempre razón”.

[p. 669] “Todos nosotros conocemos el modo peculiar que tiene nuestra época de cultivar las ciencias, lo conocemos porque lo vivimos: y precisamente por eso casi nadie se [p. 670] plantea la pregunta de cuáles puedan ser las consecuencias para la cultura derivadas de ese modo de ocuparse de las ciencias, aun suponiendo que se dé también por doquier la mejor capacitación y la más sincera voluntad de trabajar para la cultura. De hecho, en lo que es en esencia el hombre de ciencia (dejando de lado su figura actual) se da una auténtica paradoja: se comporta como el más fatuo de los holgazanes de la fortuna: como si la existencia no fuese para él una cosa atroz y peligrosa, sino una propiedad firme garantizada para toda la eternidad. Le parece lícito derrochar una vida en cuestiones cuya solución en el fondo sólo podría ser importante para quien tuviera asegurada la eternidad. En él, heredero de unas pocas horas, clavan su mirada, rodeándole, los abismos más espantosos, y cada paso que dé le hará recordar: ¿Para qué? ¿Adónde? ¿De dónde? Mas su alma se enardece ante la tarea de contar los estambres de una flor o de picar las piedras que hay en la cuneta del camino, y se enfrasca en el trabajo poniendo en él todo el peso de su interés, gusto, fuerzas y aspiraciones. A esta paradoja, el hombre de ciencia, le ha entrado la prisa últimamente en Alemania, como si la ciencia fuese una fábrica y el perder unos minutos conllevase un castigo. Hoy el hombre de ciencia trabaja tan duramente como el cuarto estado, el de los esclavos; el estudiar no es ya una ocupación, sino una necesidad; no mira ya ni a derecha ni a izquierda, y pasa por todos los asuntos, incluidos los más graves, que la vida trae en su regazo con esa atención a medias o con esa repulsiva necesidad de reposo, propia del trabajador agotado.

Ésa es también su actitud hacia la cultura. Se comporta como si para él la vida fuese solamente otium, pero sine dignitate: y ni siquiera en sueños se desprende de su yugo, como un esclavo que, estando ya libre, sigue soñando con su miseria, las prisas y los golpes. Nuestros doctos apenas se diferencian, y, de haberla, la diferencia no les favorece, de los campesinos que, deseando acrecentar una pequeña propiedad heredada, se esfuerzan infatigablemente de sol a sol cultivando la tierra, guiando el arado y gritando a los bueyes. Pues bien, Pascal viene a opinar que, si los hombres se dedican tan diligentemente a sus asuntos y a sus ciencias, es para huir así de las preguntas más importantes con las que la soledad y el verdadero ocio les acosarían, las preguntas por el porqué, el de dónde y el adónde. Extrañamente, a nuestros doctos ni siquiera se les ocurre plantearse la pregunta más inmediata: para qué sirve su trabajo, su prisa, su doloroso desvarío. ¿Es que no es para ganarse el pan o para lograr un cargo? No, la verdad es que no. Y, sin embargo, os esforzáis de la misma manera que quienes viven en la miseria y no tiene ni pan, es más, arrebatáis los alimentos de la mesa de la ciencia sin orden ni concierto y con una avidez tal que parece que fueseis a morir de hambre. Pero si vosotros, hombres de ciencia, os comportáis con la ciencia del mismo modo que los trabajadores se comportan con las tareas que la necesidad y la vida les imponen, ¿qué será entonces de una cultura que, a la vista de un cientifismo semejante, que corre de aquí para allá, jadeando sin aliento, excitado y hasta revoltoso, está condenada a esperar la hora de nacer y de liberarse? Y es que nadie tiene tiempo para la cultura – ¿para qué, entonces, la ciencia, si no tiene tiempo para la [p. 671] cultura? Así pues, respondednos al menos a esto: ¿de dónde, adónde, para qué la ciencia, si no nos va a llevar a la cultura? En ese caso, ¡quizá nos lleve a la barbarie!”

  • Negación de la autonomía de la ciencia: ésta solo encuentra su sentido como medio para construir una cultura. Para Nietzsche la ciencia es un medio para fines superiores.

2013.07.06 – Sobre la política exterior de Cánovas del Castillo: visiones de conjunto y «base empírica» de la historiografía

Artículo de Rubio sobre la política exterior de Cánovas en los primeros años de la Restauración: ejemplo paradigmático de cómo un tópico historiográfico (el “recogimiento” de la política exterior de Cánovas) se viene abajo en cuanto se inicia un análisis detallado de los documentos históricos pertinentes. Los tópicos se difunden a través de visiones de conjunto que alcanzan la máxima difusión y popularidad (en este caso, las síntesis de Carr y Tuñón de Lara). Es el trabajo de los especialistas en detalles particulares el que consigue mostrar lo erróneo de esas generalizaciones. En este caso no se trata de interpretaciones divergentes de unos mismos fenómenos históricos: de lo que se trata es del desconocimiento por parte de los historiadores que realizan síntesis generales de documentos de enorme importancia, y que sólo pueden ver la luz como resultado del trabajo paciente y laborioso de los “eruditos”, los especialistas que dedican todo su esfuerzo al análisis meticuloso de hechos concretos y específicos (en este caso, los documentos sobre la diplomacia española de los primeros años de la Restauración). Una vez dados a conocer esos documentos se podría mantener la tesis del “recogimiento” minusvalorando la importancia de esos documentos, o demostrando su falsedad; pero los documentos en sí mismos son imposibles de “impugnar”, constituyen datos históricos que no pueden ser dejados de lado.

La “base empírica” de la historiografía no puede ser impugnada por ningún historiador (tan solo pueden ser impugnados documentos concretos mostrando su falsedad, pero esto ya no es una cuestión interpretativa sino filológica).

(Buscar ejemplos parecidos en relación con la evolución de los estudios sobre la “generación del 98”).