Cioran, Cuadernos: quizás lo que más llama la atención en Cioran es esa exhibición casi grotesca de su propio sufrimiento. Hay algo de ridículo en ese exhibicionismo, como en el cualquier existencialista que tienda a la expresión literaria de su vacío vital (Unamuno, por ejemplo). Cioran se toma demasiado en serio a sí mismo y a sus miserias; hay algo de “dandismo” del sufrimiento en ese regodearse en el dolor vital. El énfasis que pone continuamente en el desprecio de lo literario y de la “alta cultura” oficial y el elogio de la gente humilde e ignorante y de las experiencias cotidianas (en uno de los fragmentos dice que prefiere la jardinería a la lectura; elogio en las conversaciones de la sabiduría de los campesinos españoles) indican la conciencia de la propia superioridad intelectual: Cioran es un ejemplo más de cómo la valoración social de la “alta cultura” convierte a sus representantes en “seres superiores” que, si son lúcidos como Cioran, se avergüenzan de serlo, aunque en el fondo sientan una íntima satisfacción por ello (es muy representativo el fragmento en que Cioran habla del orgullo por haber leído un libro: lo siente, a pesar de que sabe que es ridículo; lo que Cioran pretende es escapar de ese orgullo, no tomarse en serio lo libresco, la “alta cultura”, despreciarlo a favor de lo místico, lo intuitivo, lo irracional; pero no se da cuenta de que la clave está en la distinción entre uno y otro: el cambio de valoración de los extremos no afecta a la distinción misma).
Continuamente Cioran confronta el sufrimiento vital con la asepsia de la filosofía académica (desprecio de Hegel). El sufrimiento se convierte así en una prueba de superioridad “filosófica”, en algo de lo que estar orgulloso. Sin embargo, Cioran también es consciente de lo impúdico de esa actitud; de ahí que elogie y envidie a los estoicos y descreídos: admiración por personajes como Talleyrand por ser descreídos y desapasionados. El mayor interés de la obra (y la vida) de Cioran quizás esté en esas contradicciones (igual que sucede en Unamuno).
Valoración “positiva” del sufrimiento como vía de conocimiento, como lo que hace despertar del sueño dogmático de la filosofía académica (representada prototípicamente por Hegel). Coincidencia fundamental con Unamuno, la experiencia vital como lo primario, las ideas como su consecuencia (algo que ya estaba en Nietzsche, la filosofía como resultado de los hábitos digestivos y vitales; es curioso señalar la influencia del cientificismo positivista, así como del marxismo: las ideas como algo derivado de lo material). Sin embargo, desde una perspectiva más distanciada, más “posmoderna”, no hay lugar para tomarse tan en serio el sufrimiento cotidiano o para sobrevalorarlas por encima de las experiencias “luminosas” de la vida: el amor, la alegría, la risa, lo lúdico… Es curioso cómo también está de fondo en estos autores la glorificación del sufrimiento y el desprecio de lo lúdico y lo frívolo, tan típicos de la mentalidad protestante. Cioran no se avergüenza de sufrir, y sin embargo desprecia como ilusorios sus ocasionales momentos de placer (ejemplo prototípico: el sexo). Elogia sin límites a Mozart y Bach, pero más como expresión de un dolor soterrado (señala que el Quinteto para clarinete es del mismo año que el Réquiem). También está de fondo la imagen literaria del sufrimiento: admiración por Shakespeare y Dostoievski, por lo que tienen de expresión del dolor de la vida humana incluso en sus momentos más lúdicos y satíricos (esa perspectiva lúdica sería expresión de un distanciamiento del sufrimiento humano, pero que sigue siendo la base de todo: la sátira en Dostoievski, por ejemplo en Los demonios, está al servicio de una visión pesimista de la existencia que es la que justifica el interés de Cioran; lo mismo sucede con su admiración por Chejov).
No hay justificación para esa glorificación del sufrimiento, a la que se debe poner base en toda una tradición literaria e intelectual hegemónica desde el romanticismo: Cioran es un Quijote que quiere vivir conforme a sus modelos literarios, como un ser marginal y doliente. Estamos ante un ejemplo más de cómo el imaginario hegemónico en la alta cultura de una época condiciona la orientación vital de los intelectuales.