“J. SHARP: ¿Qué piensa de las «tendencias» en la recepción del cine japonés en Occidente, o cómo es percibido en Norteamérica a través del cine? Por ejemplo, la popularidad del anime, de Kitano, del cine erótico, etc.
D. RICHIE: Bien, todo esto está impregnado de la actitud del Primer Mundo hacia el Tercer Mundo, lo cual implica muchas presunciones. Puesto que Japón estuvo en guerra con América, todavía se da esa condescendencia cuyo origen es político. «Ah, ¿no es increíble?, es algo tan encantador», cosas de ese tipo. Esta actitud persiste. También admiran el Japón frívolo, cosas como Hello Kitty o Doraemon. Es simplemente una prolongación de lo que sucedía 150 años atrás, cuando la gente, los americanos una vez más, etiquetaban a los japoneses como infantiles y decían que éste era el país de «todo al revés»; Douglas McArthur llegó a decir que los japoneses tenían una edad emocional de 14 años. Esta tendencia a considerar a un opositor político inerte como un pueblo «juvenil» es una forma de domesticación, pienso en el reciente interés por Kitano y Miike y la nueva violencia, tan condescendiente que no puedo creer que haya un aprecio auténtico, porque la frivolidad de este cine satisface la nueva frivolidad que afecta a Norteamérica. Pero no creo que represente una sensibilidad más auténtica que la que había en el auge del Kung Fu, o en el auge del zen, el auge del Dharma, o cualesquiera de los otros «booms». Son caprichos.”
Jasper Sharp, “Interview. Donald Richie”, extraído de http://www.midnighteye.com, citado por Luis Miranda, Takeshi Kitano, p. 315
Desde el punto de vista ultrapolitizado de Sharp, el interés por Kitano o Miike no es más que un “capricho”, una frivolidad. Lo que está implícito en ese desprecio de Sharp por lo que llama “el Japón frívolo” es la visión “comprometida” de la actividad artística, el desprecio del “arte por el arte”, del placer estético que tiene su fin en sí mismo, ajeno a cualquier compromiso político. El interés estético de las propuestas de Kitano y Miike es más que evidente (y lo mismo podría decirse de las otras “frivolidades”: desprecio por el arte con público infantil); sin embargo, no se trata solo de que Sharp niegue valor estético a esas obra: se trata de que para Sharp ese valor estético (considerado como algo autónomo, como fin en sí mismo, como el mero placer de la forma artística al margen de cualquier interés “empírico”) es pura “frivolidad”. Se trata de un arte políticamente “culpable”.
Sharp detecta un fenómeno estético (el éxito en Occidente de la cultura japonesa “pop”) y lo intenta explicar desde unas coordenadas de política cultural, como un resultado del colonialismo cultural, una reducción de la cultura oprimida a la mera condición de “espectáculo estético”. Al adoptar ese punto de vista se dejan al margen los valores estéticos: Sharp no puede explicar por qué determinados elementos de la cultura japonesa han triunfado y por qué otros no. Intenta dar la explicación de que lo que triunfa es lo más frívolo, lo que contribuye a dar mayor imagen de ingenuidad, lo políticamente más neutro. Sin embargo, la explicación debe buscarse más en el plano de los valores estéticos: series como Heidi o Marco no han triunfado internacionalmente por ser japonesas, o por representar una imagen ingenua de Japón, sino por unas peculiaridades estéticas que hay que estudiar por sí mismas, al margen de la geopolítica cultural. En el caso de Miike y Kitano, sus innovaciones formales y estéticas son más que evidentes, y justificarían el interés internacional por su obra fuese cual fuese su país de procedencia.
Lo que está de fondo es la incapacidad de aceptar la visión kantiana de la estética (formalista y universalista) desde la perspectiva de la “estética del compromiso”: toda obra de arte tiene por definición una función política, y las que aparentemente no lo tienen son conservadoras, frívolas, intrascendentes. La ausencia de compromiso político es siempre un compromiso con la reacción, el inmovilismo, el “pasotismo”. Sin embargo, desde un punto de vista sociológico sería fácil mostrar que el éxito contemporáneo entre los círculos académicos de estas posturas críticas con el arte formalista están ligadas, precisamente, al “cierre” de esos círculos, a su falta de efectividad política. Desde un punto de vista “emic” la defensa del arte comprometido sirve al crítico de autojustificación, haciéndole pensar que en realidad su forma de ganarse la vida contribuye al desarrollo social, a una crítica de la sociedad existente, aunque esa crítica no tenga ninguna efectividad más allá de su público académico. El problema sociológico del progresivo “cierre” de los sistemas académicos se resuelve en el interior de dichos sistemas con una reacción crítica de carácter político, una llamada al compromiso, a la “apertura”. Pero esa apertura es meramente ilusoria y no tiene más valor que el testimonial; es más, deben considerarse dichas posturas aparentemente críticas como reaccionarias, conservadoras, ya que dan apariencia de crítica política a lo que solo tiene interés teórico, desviando la atención de la auténtica acción política, la que no atañe al poder cultural sino al político y económico.
Quizás lo más criticable de posturas como la de Sharp es la crítica del “placer estético”, el desprecio hacia la valoración de la creación artística en sí misma, al margen de su condición de producto histórico y cultural, de sus vínculos empíricos con la realidad del momento. El arte se concibe como transmisor de significados y no como juego libre de significantes empleados para la creación de un mundo autónomo. Quizás sea esta otra de las características esenciales del crítico académico moderno: la obra de arte se concibe como significado, como algo que debe ser interpretado desde coordenadas ajenas a las propiamente estéticas: políticas, económicas, culturales, históricas, etc. De este modo el papel del intérprete pasa a ser superior al del propio creador y al del receptor: las obras de arte ya no se realizan para ser disfrutadas sino para ser interpretadas. Desde esta perspectiva una obra de arte tendrá mayor valor en la medida en que sea susceptible de ser interpretada de forma acorde con los criterios hermenéuticos hegemónicos en el mundo académico (p. ej. los críticos políticos buscarán significados políticos, mientras que críticos más “formalistas” buscarán sobre todo la pluralidad significativa; en cualquier caso siempre se valorarán los significados por encima de los significantes).
[No es adecuado separar significante y significado. Sería más apropiado hablar de signo y referente: los intérpretes buscan en la obra algo que no es la obra misma, aquello a lo que apunta, su “significado”, su “sentido”. De ahí la acusación de frivolidad a Kitano y Miike, por ofrecer un arte que no tiene significado político, la única forma de significado válida desde la perspectiva de Sharp. El cine de Miike y Kitano se presenta como mero artificio, desligado de cualquier vínculo con la realidad (más allá de lo irónico, p. ej., nombres de generales japoneses de la II Guerra Mundial en los personajes de Brother); lo mismo sucede con el de Tarantino, John Woo y todos los demás representantes de la nueva violencia. De ahí el desprecio con el que es tratado por los críticos políticos, como un “placer culpable” para consumo de un espectador no comprometido, pasivo.]