2013.06.12 – Afinidad entre ‘Zeitgeist’ y paradigma / Comparación entre «Prosas profanas», de Rubén Darío, y «Pulp Fiction», de Quentin Tarantino

Paralelismo “metodológico” entre los conceptos de Zeitgeist y paradigma: en ambos casos se trata de realidades históricas “trascendentes” (no son empíricas) e inconscientes (los sujetos históricos no son plenamente conscientes de ellas). Corresponde a un observador externo (el historiador de la ciencia o de la cultura) la tarea de “construir” estas realidades con objeto de dar sentido a la realidad estudiada. Se trata de conceptos “etic”, de reconstrucciónes “a posteriori”.


Comparación entre el Tarantino de Pulp Fiction y el Rubén Darío de Prosas profanas: la recepción del “Darío esteticista” lo ha condenado sin reservas, desprecio del “arte por el arte”, el esteticismo, el preciosismo; en cambio, se ha hipervalorado el Rubén Darío de Cantos de vida y esperanza por su temática existencial, su intimismo (un modernismo “bueno”, el intimista, el “profundo”, frente a un modernismo “malo”, el esteticista y superficial). Tan solo en los años 60 y 70 comienzan a escucharse voces que reivindican la actualidad de un arte “no comprometido”, lúdico (Yurkevich). Puede decirse que, frente a la visión trágica y prometeica de la creación literaria propia del romanticismo, en la posmodernidad pasa a ser corriente una visión mucho más lúdica de la creación artística, considerada como “artificio”, como objeto autónomo que debe ser valorado en sus propios términos y no en tanto que expresión de la intimidad del artista. Pulp fiction, en tanto que ejemplo máximo de “película sin mensaje”, de finalidad únicamente lúdica, puede considerarse el prototipo de este arte posmoderno y lúdico (aunque podría serlo cualquier creación de la “subcultura”: una película de acción o una comedia de éxito; la diferencia es que Pulp fiction, por sus innovaciones narrativas y su mayor elaboración formal, “redime” esa subcultura haciéndola “potable” para los paladares más selectos, que pueden disfrutar de una película de entretenimiento, intrascendente, sin sentirse culpables por ello… aunque muchos no pudieron aceptar una obra tan “amoral” ni aún con esos aderezos.)

En suma, hay que aceptar el preciosismo modernista como lo que es, sin intentar justificarlo como “protesta implícita” contra el capitalismo y la sociedad burguesa. Al fin y al cabo, es la propia sociedad burguesa la que tiene como uno de sus “aderezos culturales” más significativos el “arte por el arte”, derivación lógica de una clase social con el suficiente ocio como para poder interesarse en producir y consumir ese tipo de arte autosuficiente. Por tanto, el escapismo debe considerarse también como elogio implícito de la sociedad burguesa y capitalista que da pie a ese tipo de literatura. En el caso de Tarantino, la película se remite no a la realidad sino al mundo típico de la literatura y el cine “de consumo” y de peor calidad: el referente no es la realidad sino un mundo aparte surgido de ese tipo de creación artística. Se trata de otro escapismo, no en dirección a una realidad ideal, “preciosista”, sino a una realidad grotesca (se puede ver como algo similar al esperpento de Valle-Inclán, aunque sin su pretensión crítica; algo parecido sucede con David Lynch y Corazón salvaje). Con todas sus diferencias, Darío y Tarantino coinciden en su rechazo a un arte comprometido con la realidad cotidiana, “escapista”, autosuficiente. La valoración de ese tipo de creación es libre, pero lo que no procede es enmascararlo como obras de “intimismo velado” o de “crítica implícita de la realidad coetánea”. Desde luego, en la medida en que toda creación artística es producto de un autor y de una realidad social, siempre será susceptible de análisis psico-biográficos o sociológicos (así, en el plano biográfico, se verá en la imaginería de Prosas símbolos de las angustias vitales de Rubén, descifrables en base a otros poemas posteriores, o se verá en Pulp Fiction la expresión de obsesiones personales de Tarantino; en el plano sociológico, se considerará a la primera como una crítica implícita del utilitarismo burgués y a la segunda como expresión típica de un capitalismo que ha desligado por completo la obra de arte del interés social para reducirlo a mero entretenimiento (lectura marxista crítica del posmodernismo, a lo Jameson), la diferencia es que cabría hacer una lectura “positiva” de Prosas desde una perspectiva sociológica y “comprometida” pero es difícil hacer lo mismo con la obra de Tarantino: no hay ningún valor temático positivo que destacar, ni siquiera como algo implícito, velado). Ese tipo de lecturas son plenamente legítimas, pero la obra de arte trasciende esas lecturas, está más allá de ellas, es irreductible a cualquier reduccionismo biográfico o sociológico, y más cuando estamos ante obras autónomas y, por ello, enigmáticas, sorprendentes por su capacidad de “romper nuestros esquemas” (los del arte como expresión del autor y de la sociedad). El arte autónomo llama a su comprensión autónoma, a su disfrute como artefacto, como pura invención, sin pretensiones trascendentes. Esta es, precisamente, su trascendencia: pone de relieve de forma implícita nuestros prejuicios, nuestra voluntad de anular la autonomía del arte sujetándolo a interpretaciones “externas” que nos permitan comprenderla, otorgarle un sentido. Pero en ambos casos estamos ante obras que piden ser disfrutadas antes que interpretadas: obras “puras”, con valores estéticos autónomos.

El desprecio de la “alta cultura” por este tipo de obras es muestra del privilegio académico y social concedido al intérprete antes que por el artista: la obra de arte debe tener un significado, debe ser interpretable (y su valor radicará en su interpretación antes que en su puro goce: son los intérpretes los que dan valor a una obra, no el artista).

Finalmente: paradoja de haber realizado una “interpretación” negadora de toda interpretación, pero interpretación al fin y al cabo.

Relacionar con Kant y Marchán Fiz, la autonomía de lo estético en la modernidad.

Unos versos tienen valor por sí mismos, por sus valores estrictamente formales (o temáticos). No está justificado privilegiar la condición mimética (reflejo de la realidad) o semiótica (vehículo de significaciones) de la obra de arte por encima de su valor puramente estético, poiético. La “profundidad” y la “seriedad” como criterios valorativos, frente a lo superficial y lo frívolo, lo intrascendente.

Estudiar cómo sólo se han aceptado plenamente los aspectos más esteticistas del modernismo cuando se ha encontrado para ellos una justificación ideológica y filosófica: la evasión como rechazo del capitalismo burgués, el esteticismo y el amoralismo como consecuencia del “mal del siglo”. Desde el punto de vista de la ortodoxia académica, de los “intérpretes profesionales”, resulta inaceptable que un poema se presente como un mero divertimento o como un puro artefacto estético, sin mayor trascendencia.

Buscar interpretación de Enguídanos de “Sonatina” y “Era un aire suave…” (mediados de los 60).

2013.06.10 – Sobre el grado de historicidad de las interpretaciones / Sobre la crítica filosófica de la visión científica del mundo

Habría que establecer una gradación entre el grado de historicidad de las interpretaciones. Podría hablarse de un “cierre histórico” cuando un texto o un hecho histórico significativo es interpretado en su propio contexto, en sus propias coordenadas y no en las del intérprete; es evidente que la comprensión de ese texto o de ese hecho implica en mayor o menor medida una “empatía”, un cierto grado de reconocimiento: la interpretación siempre se hace desde el presente. Sin embargo, la conciencia de la historicidad del texto interpretado conlleva la asunción de la distancia histórica entre texto e intérprete, de forma que éste quede prevenido de realizar la interpretación conforme a su “espacio conceptual” en lugar de al del texto interpretado.

Ejemplo: estudios sobre el “tema de España” en el 98. Estos parten de una perspectiva esencialista, igual que Ortega, José Antonio o Laín: se indaga sobre la esencia de España desde una perspectiva metafísica, más allá de los condicionantes históricos y sociales. Por ello, los estudios sobre el problema de España en el 98 se mantienen en ese mismo espacio conceptual, anulando la distancia histórica y conceptual respecto de los textos interpretados. Se hizo necesaria la divulgación de la perspectiva historicista y sociológica para poder superar la visión esencialista del “tema de España” y pasar a una consideración crítica y rigurosa, historicista, “desde fuera”. En base a esta nueva perspectiva no cabe hablar de “psicología nacional”, “alma de los pueblos” y otras entelequias propias de esa literatura; además, el uso de esos conceptos pasa a ser una anomalía que debe ser explicada: ¿por qué se tardó tanto en superar esa visión esencialista de España? El problema de España deja de ser actual, al menos en su formulación tradicional: ya no se trata de un problema metafísico (“¡Dios mío!, ¿qué es España?”) sino jurídico, histórico, político, etc.

Otro ejemplo: interpretación de Nietzsche de la tragedia griega. El ensayo de Nietzsche no es una comprensión del mundo griego sino una exposición de la filosofía romántica de base schopenhaueriana, que toma a la cultura griega como pretexto para realizar una interpretación de toda la historia humana.

El paso a la “historicidad” es también el paso a la “cientificidad”: del ensayo de actualidad pasamos al estudio académico, erudito. El “cierre histórico” conlleva la pérdida de actualidad, la toma de conciencia de una distancia histórica insalvable que solo se puede recorrer mediante el conocimiento pormenorizado del espacio conceptual en el que se sitúa el texto estudiado.

(¿En qué medida la ausencia de “cierre histórico” conlleva la ausencia de valor científico? La obra de Laín mantiene su valor a pesar de hacer un tratamiento “actualista” de los autores estudiados. Pero lo mantiene por sus “materiales” antes que por su forma, que por la interpretación que hace de ellos. Leyendo a Laín obtenemos una visión de conjunto de la presencia del tema de España en los autores del 98 que sigue siendo válida en la medida en que se atiene a los propios textos; se mantiene el valor “descriptivo” antes que el interpretativo, a la manera como el valor de las leyes de Kepler o del teorema de Pitágoras permanece al margen de la envoltura mística en la que aparecían envueltos. Del mismo modo, el valor descriptivo e informativo de las obras de Menéndez Pelayo se mantiene al margen de que la interpretación que hace de los textos estudiados resulte anacrónica). (Por tanto, habría valores “trascendentes” en las interpretaciones en la medida en que contienen elementos puramente descriptivos susceptibles de ser reutilizados posteriormente).


Sobre la crítica de la visión lógica y científica del mundo en la modernidad (románticos, Unamuno, Heidegger, etc.): se deja de lado el carácter poiético de la ciencia, lo que tiene de “creación”. En la base de esas críticas está la aceptación de la visión positivista de la ciencia como “descripción de los hechos”, lo que impedía percibir con claridad la dimensión creativa, “estética”, de la actividad científica. Del mismo modo se entiende la ciencia como “representación” y no como actividad creadora, configuradora del mundo. La distancia entre ciencia y arte es mucho menor de la que suponen estos “críticos de la modernidad”. Todas sus ideas sobre la “palabra creadora” podrían aplicarse también a la creación científica en tanto que actividad estética y poiética: la ciencia también es lenguaje, también es creación antes que mera representación. Esta aceptación implícita de la visión positivista de la ciencia también conlleva la incapacidad de percibir los valores estéticos de las construcciones científicas: no se percibe su “belleza” o su ingenio.

Dicho de modo: los ataques a la lógica y a la ciencia lo son en realidad al positivismo.

2012.12.04 – Artes miméticas y artes poiéticas / Ética, estética y utilidad

Posible clasificación de las artes en función de la distinción entre lo mimético y lo poiético: la música es esencialmente poiética, aunque la función mimética también está presente en la música descriptiva e imitativa (Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, Don Quijote de Strauss); sin embargo esa capacidad mimética es, en cierto modo, una perversión, una alteración de su esencia.

La ética de la convicción, la que entiende que el valor de las acciones reside en sí mismas y no en sus consecuencias, puede ser entendida como una visión estética de la ética, frente a la ética de la utilidad, la que juzga las acciones por sus resultados. Lo característico de lo estético, en cualquier campo, sería su ausencia de finalidad, de utilidad, su autonomía absoluta.

2012.11.28 – Lo mimético y lo poiético

Lo mimético y lo poiético como dos dimensiones de cualquier creación artística, incluso de cualquier realidad simbólica: por un lado está la dimensión representativa, el significado, aquello a lo que remite; por otro, la dimensión estética, su autonomía frente a lo representado (y frente a la “representatividad” misma).

2011.09.20 – «Uncle Boonmee», de Apichatpong Weerasethakul, y «Close-Up», de Abbas Kiarostami

“Uncle Boonmee”, de Apichatpong Weerasethakul: más que un relato, una “experiencia” (en la línea del mejor Lynch).

“Close-Up”, de Kiarostami: es interesante compararla con la película anterior. Son dos películas canónicas pero diametralmente opuestas, ejemplos de dos formas completamente distintas de entender el cine. Por un lado, la relación entre cine y realidad, el “cine-sobre-el-cine” en un sentido mucho más “profundo” que los típicos relatos sobre la elaboración de una película; el cine “reflexiona” (en el sentido literal, de “reflejo”) sobre sí mismo. Por otro lado, el cine como “poiesis”, como creación de una realidad con su propia lógica (o su falta de lógica); puede que esa no haya sido la intención del director, que en entrevistas revela el carácter “real” de lo sobrenatural en la cultura tailandesa. Pero el efecto en el espectador es el de estar ante una fantasía, algo irreal de principio a fin, o, mejor dicho, algo con una realidad propia, autónoma no solo con respecto de nuestra vida cotidiana, sino también respecto de las normas del cine cotidiano. Esto último lo comparte con “Close-Up”; no así la autonomía frente a la realidad extracinematográfica.

2011.08.01 – «Origen», de Christopher Nolan / Los videojuegos como metáfora y como arte

Origen – nueva vuelta de tuerca a un tema eterno y fascinante, la confusión sueño-realidad. Gran oportunidad desaprovechada por desviar la atención del “factor humano” en favor del espectáculo de acción y la pirotecnia narrativa e intelectual. Al ver Origen uno se da cuenta del enorme mérito del Solaris de Soderbergh por poner el acento en una cuestión que para Lem era totalmente marginal: lo irrelevante de que una percepción sea real o ilusoria, el carácter totalmente secundario de la distinción realidad/ilusión, la posibilidad de que una ilusión sea preferible a cualquier realidad. En Origen esa cuestión es central desde el punto de vista de los personajes, pero marginal desde el punto de vista de los espectadores, que pueden considerarlo como un “macguffin”, un pretexto narrativo. La distinción realidad/ilusión no se cuestiona: se acepta sin discusión que lo prioritario es lo real, se observa la conducta del protagonista, apegado a sus recuerdos, huyendo de su realidad, como un problema. Pese a sus defectos, el Solaris de Soderbergh marca un hito en el tratamiento del tema, al optar de forma suicida por la ilusión, o, mejor dicho, por la “deconstrucción” de la dualidad realidad/ilusión.

Otro defecto de Origen está en no haber sabido aprovechar las posibilidades metacinematográficas del planteamiento: cualquier tratamiento cinematográfico (o literario) de la dualidad realidad/ilusión lleva implícita una dimensión reflexiva, sobre el propio estatus ontológico de la representación cinematográfica. Tampoco en Solaris está directamente presente esta dimensión reflexiva, metacinematográfica.

Potencial de los videojuegos (realidad virtual) en varios niveles: primero, como metáfora, tema narrativo, etc. (frente a la metáfora del “teatro del mundo” o de la vida como novela; las metáforas para abordar la cuestión varían histórica y socialmente); segundo, no ya como tema, como materia de reflexión, sino como nueva forma artística susceptible de llevar a su extremo los caracteres poiéticos y miméticos de la creación artística tradicional.

2011.01.05 – Althusser y la filosofía de la ciencia; Gramsci y la dimensión existencial de la escritura

Althusser: un autor que conserva su capacidad de fascinación; la mayor parte de su obra ha dejado de ser actual, y sin embargo, ocasionalmente, se mantiene más que vigente (p. ej. el papel central de la escuela de entre los aparatos ideológicos de estado). La sencillez de sus planteamientos es un arma de doble filo: en general, deviene en simplicidad (ideología frente a ciencia, base-estructura-superestructura… tópicos marxistas “escolares”, que contrastan con la complejidad y sofisticación de los pensadores franceses de su tiempo y posteriores, muchos de ellos discípulos suyos), pero favorece su capacidad crítica. Quizás deba considerarse esa sencillez como una consecuencia de concebir la teoría como praxis política.

Ahora bien, en la actualidad lo sorprendente es que, mientras las cuestiones directamente relacionadas con la filosofía marxista han quedado desfasadas (y las polémicas que suscitaron suenan como “querellas escolásticas” sin ninguna trascendencia), lo más interesante y actual de su obra son sus planteamientos metodológicos: en Althusser está presente (y actuante en su objeto de estudio: la filosofía marxista) el “corpus” teórico y metodológico característico de la epistemología francesa (Bachelard), el “aire de familia” compartido por autores como Foucault o Bourdieu, y que los emparenta con la nueva filosofía de la ciencia de Kuhn o Lakatos. Así, en la discusión sobre el “joven Marx” se enfatiza la necesidad de considerarlo como unidad de sentido, esto es, no se trata de aislar los elementos “materialistas” de ese Marx frente a los “idealistas”, sino de considerar ambos como partes de una globalidad (noción estructuralista de “campo” en el que se sitúan las diferencias y en el que encuentran su sentido; contextualismo: un elemento no tiene sentido aisladamente, sino en función de su posición y de sus relaciones con los restantes elementos). Concepto de “problemática”, análogo al de “paradigma”.

Lo más curioso: énfasis en el prefacio de Engels al segundo tomo de El Capital, en el que para señalar el carácter científico de los conceptos de Marx frente a su uso por sus predecesores recurre a un paralelismo con el concepto de “flogisto”: es evidente que Kuhn no conocía ese ejemplo cuando redactó su obra, y es más que probable que Althusser no conociera la obra de Kuhn; sin embargo, la noción de “flogisto” y su confusión con el de “oxígeno” sirve de base a consideraciones metacientíficas muy similares: la coincidencia en el ejemplo debe verse como signo de la afinidad entre los planteamientos filosóficos. No sólo eso: afinidad entre la nueva epistemología anglosajona y la francesa, convergencia de lo analítico y continental. Esto por lo que se refiere a Althusser y Kuhn, pero también habría que ver en Marx y Engels un antecedente lejano de este tipo de planteamientos: la diferencia entre teorías como un cambio de perspectiva, no tanto como ampliación del conocimiento empírico sino como una forma nueva de manejar los conceptos. Quizás esto sea lo que lleva a Althusser a dar tanta importancia a ese pasaje, totalmente secundario en la obra de Marx y Engels: da pie a una visión “adecuacionista”, teoricista, de la ciencia, según la cual la gran novedad del marxismo no está en aportar nuevos datos sino en la forma de interpretarlos y comprenderlos.

Gramsci, “Cuadernos de la cárcel”: fascinante “diario” de lecturas e ideas. El fragmentarismo añade interés a la obra (variedad, dinamismo, etc.), frente a la supuesta superioridad teórica de las obras “sistemáticas”: no se trata sólo de una consecuencia de nuestro “espíritu del tiempo”, del “fragmentarismo” característico de la modernidad (Barthes). La clave del interés de estos “trozos de vida pensante” no está tanto en su valor teórico como en su dimensión existencial, esto es, su condición de signos de la vida de su autor, como si fueran imágenes grabadas sin interrupciones ni correcciones posteriores. A su valor interno añaden el valor “externo”, estético, de testimonio.

  • Esa dualidad está presente en todo texto escrito: por un lado, valor interno, lógico, textual (incluyendo aquí todos los significados de dicho texto en relación con su contexto de creación y recepción, su campo literario, etc.); por otro, valor externo, material, de “documento” y resultado del proceso de escritura. Éste último valor queda marginado en todo análisis literario; sin embargo, resulta fundamental para comprender el valor estético de obras como las “Nanas de la cebolla”. Podría decirse que ese valor “documental” no puede reducirse al valor “textual”: frente a las pretensiones de quienes defienden la autonomía absoluta de lo textual, el hecho de que los textos no se produzcan a sí mismos, esto es, que requieran para existir de un proceso material ajeno a su propia esfera categorial hace que siempre remitan indirectamente a un “más allá del lenguaje” que es el que fundamenta su existencia. De ahí que todo texto hable de lo que no puede hablar: de los límites del lenguaje. (Paja mental que habría que desarrollar y relacionar con la diferencia mímesis-poiesis, lógica-estética, entendida la estética no como ciencia de lo bello sino como conocimiento de lo singular en cuanto tal).

(El problema es análogo al de la dualidad en los enunciados científicos: por un lado, remiten a las circunstancias históricas en las que se enuncian, y al lenguaje en el que se formulan; por otro, transmiten una información cuya validez trasciende la contingencia de su origen.)