Paralelismo “metodológico” entre los conceptos de Zeitgeist y paradigma: en ambos casos se trata de realidades históricas “trascendentes” (no son empíricas) e inconscientes (los sujetos históricos no son plenamente conscientes de ellas). Corresponde a un observador externo (el historiador de la ciencia o de la cultura) la tarea de “construir” estas realidades con objeto de dar sentido a la realidad estudiada. Se trata de conceptos “etic”, de reconstrucciónes “a posteriori”.
Comparación entre el Tarantino de Pulp Fiction y el Rubén Darío de Prosas profanas: la recepción del “Darío esteticista” lo ha condenado sin reservas, desprecio del “arte por el arte”, el esteticismo, el preciosismo; en cambio, se ha hipervalorado el Rubén Darío de Cantos de vida y esperanza por su temática existencial, su intimismo (un modernismo “bueno”, el intimista, el “profundo”, frente a un modernismo “malo”, el esteticista y superficial). Tan solo en los años 60 y 70 comienzan a escucharse voces que reivindican la actualidad de un arte “no comprometido”, lúdico (Yurkevich). Puede decirse que, frente a la visión trágica y prometeica de la creación literaria propia del romanticismo, en la posmodernidad pasa a ser corriente una visión mucho más lúdica de la creación artística, considerada como “artificio”, como objeto autónomo que debe ser valorado en sus propios términos y no en tanto que expresión de la intimidad del artista. Pulp fiction, en tanto que ejemplo máximo de “película sin mensaje”, de finalidad únicamente lúdica, puede considerarse el prototipo de este arte posmoderno y lúdico (aunque podría serlo cualquier creación de la “subcultura”: una película de acción o una comedia de éxito; la diferencia es que Pulp fiction, por sus innovaciones narrativas y su mayor elaboración formal, “redime” esa subcultura haciéndola “potable” para los paladares más selectos, que pueden disfrutar de una película de entretenimiento, intrascendente, sin sentirse culpables por ello… aunque muchos no pudieron aceptar una obra tan “amoral” ni aún con esos aderezos.)
En suma, hay que aceptar el preciosismo modernista como lo que es, sin intentar justificarlo como “protesta implícita” contra el capitalismo y la sociedad burguesa. Al fin y al cabo, es la propia sociedad burguesa la que tiene como uno de sus “aderezos culturales” más significativos el “arte por el arte”, derivación lógica de una clase social con el suficiente ocio como para poder interesarse en producir y consumir ese tipo de arte autosuficiente. Por tanto, el escapismo debe considerarse también como elogio implícito de la sociedad burguesa y capitalista que da pie a ese tipo de literatura. En el caso de Tarantino, la película se remite no a la realidad sino al mundo típico de la literatura y el cine “de consumo” y de peor calidad: el referente no es la realidad sino un mundo aparte surgido de ese tipo de creación artística. Se trata de otro escapismo, no en dirección a una realidad ideal, “preciosista”, sino a una realidad grotesca (se puede ver como algo similar al esperpento de Valle-Inclán, aunque sin su pretensión crítica; algo parecido sucede con David Lynch y Corazón salvaje). Con todas sus diferencias, Darío y Tarantino coinciden en su rechazo a un arte comprometido con la realidad cotidiana, “escapista”, autosuficiente. La valoración de ese tipo de creación es libre, pero lo que no procede es enmascararlo como obras de “intimismo velado” o de “crítica implícita de la realidad coetánea”. Desde luego, en la medida en que toda creación artística es producto de un autor y de una realidad social, siempre será susceptible de análisis psico-biográficos o sociológicos (así, en el plano biográfico, se verá en la imaginería de Prosas símbolos de las angustias vitales de Rubén, descifrables en base a otros poemas posteriores, o se verá en Pulp Fiction la expresión de obsesiones personales de Tarantino; en el plano sociológico, se considerará a la primera como una crítica implícita del utilitarismo burgués y a la segunda como expresión típica de un capitalismo que ha desligado por completo la obra de arte del interés social para reducirlo a mero entretenimiento (lectura marxista crítica del posmodernismo, a lo Jameson), la diferencia es que cabría hacer una lectura “positiva” de Prosas desde una perspectiva sociológica y “comprometida” pero es difícil hacer lo mismo con la obra de Tarantino: no hay ningún valor temático positivo que destacar, ni siquiera como algo implícito, velado). Ese tipo de lecturas son plenamente legítimas, pero la obra de arte trasciende esas lecturas, está más allá de ellas, es irreductible a cualquier reduccionismo biográfico o sociológico, y más cuando estamos ante obras autónomas y, por ello, enigmáticas, sorprendentes por su capacidad de “romper nuestros esquemas” (los del arte como expresión del autor y de la sociedad). El arte autónomo llama a su comprensión autónoma, a su disfrute como artefacto, como pura invención, sin pretensiones trascendentes. Esta es, precisamente, su trascendencia: pone de relieve de forma implícita nuestros prejuicios, nuestra voluntad de anular la autonomía del arte sujetándolo a interpretaciones “externas” que nos permitan comprenderla, otorgarle un sentido. Pero en ambos casos estamos ante obras que piden ser disfrutadas antes que interpretadas: obras “puras”, con valores estéticos autónomos.
El desprecio de la “alta cultura” por este tipo de obras es muestra del privilegio académico y social concedido al intérprete antes que por el artista: la obra de arte debe tener un significado, debe ser interpretable (y su valor radicará en su interpretación antes que en su puro goce: son los intérpretes los que dan valor a una obra, no el artista).
Finalmente: paradoja de haber realizado una “interpretación” negadora de toda interpretación, pero interpretación al fin y al cabo.
Relacionar con Kant y Marchán Fiz, la autonomía de lo estético en la modernidad.
Unos versos tienen valor por sí mismos, por sus valores estrictamente formales (o temáticos). No está justificado privilegiar la condición mimética (reflejo de la realidad) o semiótica (vehículo de significaciones) de la obra de arte por encima de su valor puramente estético, poiético. La “profundidad” y la “seriedad” como criterios valorativos, frente a lo superficial y lo frívolo, lo intrascendente.
Estudiar cómo sólo se han aceptado plenamente los aspectos más esteticistas del modernismo cuando se ha encontrado para ellos una justificación ideológica y filosófica: la evasión como rechazo del capitalismo burgués, el esteticismo y el amoralismo como consecuencia del “mal del siglo”. Desde el punto de vista de la ortodoxia académica, de los “intérpretes profesionales”, resulta inaceptable que un poema se presente como un mero divertimento o como un puro artefacto estético, sin mayor trascendencia.
Buscar interpretación de Enguídanos de “Sonatina” y “Era un aire suave…” (mediados de los 60).