2013.06.10 – Sobre el grado de historicidad de las interpretaciones / Sobre la crítica filosófica de la visión científica del mundo

Habría que establecer una gradación entre el grado de historicidad de las interpretaciones. Podría hablarse de un “cierre histórico” cuando un texto o un hecho histórico significativo es interpretado en su propio contexto, en sus propias coordenadas y no en las del intérprete; es evidente que la comprensión de ese texto o de ese hecho implica en mayor o menor medida una “empatía”, un cierto grado de reconocimiento: la interpretación siempre se hace desde el presente. Sin embargo, la conciencia de la historicidad del texto interpretado conlleva la asunción de la distancia histórica entre texto e intérprete, de forma que éste quede prevenido de realizar la interpretación conforme a su “espacio conceptual” en lugar de al del texto interpretado.

Ejemplo: estudios sobre el “tema de España” en el 98. Estos parten de una perspectiva esencialista, igual que Ortega, José Antonio o Laín: se indaga sobre la esencia de España desde una perspectiva metafísica, más allá de los condicionantes históricos y sociales. Por ello, los estudios sobre el problema de España en el 98 se mantienen en ese mismo espacio conceptual, anulando la distancia histórica y conceptual respecto de los textos interpretados. Se hizo necesaria la divulgación de la perspectiva historicista y sociológica para poder superar la visión esencialista del “tema de España” y pasar a una consideración crítica y rigurosa, historicista, “desde fuera”. En base a esta nueva perspectiva no cabe hablar de “psicología nacional”, “alma de los pueblos” y otras entelequias propias de esa literatura; además, el uso de esos conceptos pasa a ser una anomalía que debe ser explicada: ¿por qué se tardó tanto en superar esa visión esencialista de España? El problema de España deja de ser actual, al menos en su formulación tradicional: ya no se trata de un problema metafísico (“¡Dios mío!, ¿qué es España?”) sino jurídico, histórico, político, etc.

Otro ejemplo: interpretación de Nietzsche de la tragedia griega. El ensayo de Nietzsche no es una comprensión del mundo griego sino una exposición de la filosofía romántica de base schopenhaueriana, que toma a la cultura griega como pretexto para realizar una interpretación de toda la historia humana.

El paso a la “historicidad” es también el paso a la “cientificidad”: del ensayo de actualidad pasamos al estudio académico, erudito. El “cierre histórico” conlleva la pérdida de actualidad, la toma de conciencia de una distancia histórica insalvable que solo se puede recorrer mediante el conocimiento pormenorizado del espacio conceptual en el que se sitúa el texto estudiado.

(¿En qué medida la ausencia de “cierre histórico” conlleva la ausencia de valor científico? La obra de Laín mantiene su valor a pesar de hacer un tratamiento “actualista” de los autores estudiados. Pero lo mantiene por sus “materiales” antes que por su forma, que por la interpretación que hace de ellos. Leyendo a Laín obtenemos una visión de conjunto de la presencia del tema de España en los autores del 98 que sigue siendo válida en la medida en que se atiene a los propios textos; se mantiene el valor “descriptivo” antes que el interpretativo, a la manera como el valor de las leyes de Kepler o del teorema de Pitágoras permanece al margen de la envoltura mística en la que aparecían envueltos. Del mismo modo, el valor descriptivo e informativo de las obras de Menéndez Pelayo se mantiene al margen de que la interpretación que hace de los textos estudiados resulte anacrónica). (Por tanto, habría valores “trascendentes” en las interpretaciones en la medida en que contienen elementos puramente descriptivos susceptibles de ser reutilizados posteriormente).


Sobre la crítica de la visión lógica y científica del mundo en la modernidad (románticos, Unamuno, Heidegger, etc.): se deja de lado el carácter poiético de la ciencia, lo que tiene de “creación”. En la base de esas críticas está la aceptación de la visión positivista de la ciencia como “descripción de los hechos”, lo que impedía percibir con claridad la dimensión creativa, “estética”, de la actividad científica. Del mismo modo se entiende la ciencia como “representación” y no como actividad creadora, configuradora del mundo. La distancia entre ciencia y arte es mucho menor de la que suponen estos “críticos de la modernidad”. Todas sus ideas sobre la “palabra creadora” podrían aplicarse también a la creación científica en tanto que actividad estética y poiética: la ciencia también es lenguaje, también es creación antes que mera representación. Esta aceptación implícita de la visión positivista de la ciencia también conlleva la incapacidad de percibir los valores estéticos de las construcciones científicas: no se percibe su “belleza” o su ingenio.

Dicho de modo: los ataques a la lógica y a la ciencia lo son en realidad al positivismo.

2012.07.05 – Las «teorías del otro». La democracia como ideología

Sobre las “teorías del otro”: en realidad se siguen manteniendo en la órbita solipsista que pretenden criticar. La superación de ese solipsismo no está en construir teóricamente un “otro” abstracto e idealizado, sino en la consideración sociológica del individuo. Por tanto, el cambio teórico es insuficiente: hace falta cambiar de perspectiva, sustituir el idealismo que está en la base de esas doctrinas (la consideración del individuo, de la existencia humana al margen de las contingencias sociales e históricas) por un historicismo y un sociologismo plenos: el individuo aparece vinculado al momento histórico y a las condiciones sociales que le ha tocado vivir; cualquier “analítica existencial” opera con una abstracción cuando no tiene en cuenta esos factores (por poner un ejemplo: la analítica del Dasein que realiza Heidegger es en realidad la analítica del propio Heidegger, de un sujeto culto que vive en una sociedad avanzada; para poder plantearse la cuestión del “ser” es imprescindible una serie de requisitos previos (conocimientos filosóficos, tiempo libre, etc.); por tanto, la descripción de Heidegger no es válida para cualquier ser humano, sino solo para aquellos procedentes de esferas sociales afines (esto es, intelectuales); también hay que tener en cuenta el problema de la distancia histórica).

La base del error está en la perspectiva fenomenológica, que puede considerarse como la última manifestación relevante del idealismo moderno. Hoy en día es imposible no tener en cuenta la dimensión social e histórica del ser humano en cualquier tipo de análisis, sociológico, filosófico o de cualquier otro tipo. Ese idealismo también explica el interés que en ese tipo de perspectivas ha tenido la teología y los pensadores católicos y protestantes: más allá del interés en las conclusiones del análisis (que casi siempre giran en torno a la posibilidad de acceder desde la “vivencia” hasta la trascedencia), lo que se comparte es una misma perspectiva, una consideración de los problemas esencialista, más allá de las contingencias sociales e históricas.

El “espíritu democrático”, la ideología hegemónica en el mundo de hoy, tiene una vigencia bastante reciente: aunque existieran democracias, el “espíritu liberal” propio del mundo anglosajón ocupaba un lugar totalmente marginal en el mundo intelectual y en la “esfera pública”. Conceptos como los de tolerancia, diálogo, respeto, derechos humanos… no tenían entonces la difusión e importancia que les concedemos ahora. (El espíritu antidemocrático, el desprecio del adversario que se observa en nuestra II República sería común a otros países europeos y explicaría el apoyo popular al totalitarismo; habría que explicar el porqué de la facilidad con que los “valores democráticos” se instalaron en las sociedades anglosajonas y de la dificultad para imponerse en los países europeos).

Es importante señalar que esos valores hoy en día están presentes “a pie de calle” y no sólo en el ámbito de las élites políticas e intelectuales; esa es la prueba del éxito de esa ideología. El éxito es tan rotundo que puede hablarse de un “pensamiento único” que no admite oposición.

Importancia en este proceso de las reivindicaciones sociales de los años 60: derechos civiles de las minorías (negros en EEUU). Los medios de comunicación de masas ayudan a la máxima difusión de estos movimientos.

2011.08.15 – Fragmento de una tesis sobre el modernismo español: filosofía y sociología de la ciencia

Nuestro trabajo se basa en las aportaciones de la sociología y la filosofía de la ciencia de las últimas décadas, sin seguir a ningún autor o escuela en particular. Ello no responde a una voluntad arbitraria de eclecticismo; los puntos de vista sobre la estructura sociológica de las ciencias, sobre su evolución histórica, etc., están sometidos a continuos debates académicos con multitud de “paradigmas” enfrentados; sin embargo, existen los suficientes rasgos comunes como para obviar esas diferencias y atenerse sin más a la base común en la que se asientan dichos debates, los puntos de vista no discutidos que, más allá de cualquier conflicto entre disciplinas, han asentado académicamente la viabilidad de una sociología de la ciencia y de una filosofía historicista de la ciencia. Resulta absurdo ceñirse a las teorías de Kuhn o de Lakatos, de Bourdieu o de Luhmann, de Karl Popper o de Gustavo Bueno, cuando los puntos comunes entre todas esas teorías son tan nítidos, especialmente si se comparan con las concepciones tradicionales de la ciencia, todavía presentes y actuantes en las comunidades científicas. Es evidente, además, que dichos rasgos comunes se observan con mayor nitidez desde un campo académico como el de los estudios literarios, ajeno a los debates internos de dichas disciplinas. Por tanto, no consideramos que la nuestra sea una postura ecléctica, sino respetuosa con el “núcleo esencial” de la filosofía y la sociología de la ciencia contemporánea. Por ejemplo, no cabe atribuir específicamente a un autor en concreto la tesis del carácter histórico y socialmente condicionado de los estudios literarios, ya que es un presupuesto básico de cualquier sociología de la ciencia y de cualquier filosofía post-positivista de la ciencia. Desde luego, hay que remitirse a autores fundamentales en estos campos como Kuhn o Bourdieu; pero también hay que señalar que sus posturas no son originales, sino derivadas de posturas previas que no llegaron a cristalizar en una disciplina académica autónoma. Así, la tesis del carácter histórico y social del conocimiento científico debería remontarse, al menos, a Marx. Por otra parte, resulta contradictorio con los presupuestos mismos de estas disciplinas atribuir en exclusiva a un autor un determinado “paradigma”, un “concepto”, una forma de entender la disciplina, ya que estas visiones de la ciencia ponen el acento en el carácter colectivo del conocimiento científico. Las tesis de Kuhn o Bourdieu surgen gracias a multitud de antecedentes (unos más fáciles de distinguir, y señalados por los propios autores: Koyré, Bachelard, Foucault, etc.; otros más difíciles de identificar, ya que ni los propios autores pueden ser conscientes de su influencia: la “tradición anónima” de las disciplinas en las que surgen las nuevas teorías, o las “ideas que flotan en el aire” en el momento histórico en que aparecen; así, se ha señalado que el concepto de “revolución” en Kuhn está muy ligado al espíritu de los años 60).

Por tanto, más allá de las diferencias entre las diversas escuelas hay un “aire de familia” que permite considerarlas a todas como un conjunto; así se puede comprobar en los manuales de síntesis o divulgativos sobre ambas disciplinas (citar algún ejemplo).

Ahora bien, a la hora de emprender el análisis de nuestro objeto de estudio habrá que recurrir a categorías concretas, específicas; no resulta suficiente atenerse sin más a ese difuso e indefinido “aire de familia”, sino que hay que ir más allá en busca de los esquemas conceptuales precisor que nos permitan ordenar y comprender nuestro objeto de estudio. Para ello correremos el riesgo de presentar nuestros propios conceptos; es impropio llamarlos “nuestros”, ya que proceden de las dos tradiciones de investigación señaladas. Ahora bien, cuando hablemos de “disciplinas”, “cierres disciplinares” o cualquier otro concepto no debe verse una relación unívoca con conceptos de igual denominación empleados por algunos de los autores mencionados. Lo que pretendemos es realizar un uso flexible del instrumental teórico ofrecido por la sociología y la filosofía historicista de la ciencia, y no atenernos rígidamente a ninguna escuela o autor. La razón está en la necesidad de respetar la especifidad de nuestro objeto de estudio: las disciplinas señaladas han basado la mayor parte de sus resultados en investigaciones sobre las ciencias de la naturaleza, mientras que las humanidades han desempeñado un papel marginal en dichos campos [podría señalarse algunas de las causas que han determinado dicha marginalidad, sobre todo la vigencia de la tesis tradicional de la distinción entre ambos tipos de ciencias, considerando a las “ciencias duras” como el prototipo de conocimiento científico; de ahí que se tomen, consecuentemente, como objeto prioritario de investigación; nuevo ejemplo de cómo las investigaciones están condicionados por presupuestos no científicos ajenos a la propia disciplina].

Mención especial a Gustavo Bueno, de quien se toma la idea de que las ciencias son sistemas “cerrados” con categorías propias e irreductibles; aunque es una visión de la ciencia similar a la que se puede encontrar en la mayoría de los autores de sociología y filosofía historicista de la ciencia.

[Hay que delimitar con claridad qué se entiende por sociología de la ciencia y por filosofía historicista de la ciencia; con ello se pondrían de relieve los presupuestos teóricos del trabajo, el “aire de familia” del que surge nuestra visión del debate modernismo/98].

Ahora bien, no podemos compartir en todos sus detalles la visión de la ciencia de Gustavo Bueno, en tanto que es solidaria de todo un sistema filosófico. Por muy práctico que nos resulte el concepto de “cierre categorial” para entender el proceso por el que una disciplina se constituye en autónoma, ello no implica que compartamos el resto de la perspectiva de Gustavo Bueno. El autor y sus discípulos considerarán que “malinterpretamos” (misreading) las tesis de Bueno; pero nuestra intención no debe ser la de seguir rígidamente ninguna doctrina, sino de aprovechar todo lo que de útil y válido para nuestra investigación podamos encontrar en ella. Para determinar el éxito y el interés de nuestra investigación (y de cualquier otra) hay que atenerse en exclusiva a los resultados obtenidos; no cabe, por tanto, atenerse ciegamente a ningún criterio de autoridad. Somos libres de apropiarnos y de “malinterpretar” cualquier teoría previa, siempre que ello suponga un avance en la investigación desde los criterios disciplinares en los que se sitúa. Los resultados determinarán si ello se ha conseguido [pero es evidente que su validez no vendrá medida por la mayor o menor fidelidad a la teoría de Gustavo Bueno o de cualquier otro autor; lo que hay que respetar son los fundamentos básicos de la disciplina en la que nos situamos, el “aire de familia” del que antes hablábamos, y desde ese “aire de familia” no solo está justificada nuestra postura, sino que resulta la única posible].

2007.03.10 – Luhmann y el constructivismo

Luhmann representa una evolución lógica de la filosofía de la ciencia post-positivista. El problema de la autorreferencialidad es la base para trascender la visión historicista (kuhniana) de la verdad científica. El constructivismo se presenta como la única salida posible frente a las aporías de la postmodernidad; se presenta como la única teoría que puede dar cuenta de la hipercomplejidad del presente. Es el paradigma del pensamiento futuro.

2006.06.24 – Foucault, la Escuela de Frankfurt y la Historia

Enlace entre Foucault y los frankfurtianos: crítica de la modernidad, del pensamiento platónico (metafísico), “ontología del presente”, etc. Lo que les diferencia es el método, los referentes (tradición germánica en Frankfurt, tradición francesa (fenomenológica y metacientífica) en Foucault) y, sobre todo, la retórica. Pero perciben los mismos problemas y plantean soluciones en la misma dirección: la necesidad de superar la praxis histórica de los ideales de la Ilustración (en realidad, no se critica tanto esos ideales como su resolución histórica).

Historicismo radical de Foucault: todo es historia, y por ello el concepto tradicional, académico, de Historia no es viable, es necesario huir de cualquier tipo de apriorismo, de cualquier concepto suprahistórico, de cualquier noción de orden, de cualquier teleología: una historia de “acontecimientos”.