2012.07.05 – Las «teorías del otro». La democracia como ideología

Sobre las “teorías del otro”: en realidad se siguen manteniendo en la órbita solipsista que pretenden criticar. La superación de ese solipsismo no está en construir teóricamente un “otro” abstracto e idealizado, sino en la consideración sociológica del individuo. Por tanto, el cambio teórico es insuficiente: hace falta cambiar de perspectiva, sustituir el idealismo que está en la base de esas doctrinas (la consideración del individuo, de la existencia humana al margen de las contingencias sociales e históricas) por un historicismo y un sociologismo plenos: el individuo aparece vinculado al momento histórico y a las condiciones sociales que le ha tocado vivir; cualquier “analítica existencial” opera con una abstracción cuando no tiene en cuenta esos factores (por poner un ejemplo: la analítica del Dasein que realiza Heidegger es en realidad la analítica del propio Heidegger, de un sujeto culto que vive en una sociedad avanzada; para poder plantearse la cuestión del “ser” es imprescindible una serie de requisitos previos (conocimientos filosóficos, tiempo libre, etc.); por tanto, la descripción de Heidegger no es válida para cualquier ser humano, sino solo para aquellos procedentes de esferas sociales afines (esto es, intelectuales); también hay que tener en cuenta el problema de la distancia histórica).

La base del error está en la perspectiva fenomenológica, que puede considerarse como la última manifestación relevante del idealismo moderno. Hoy en día es imposible no tener en cuenta la dimensión social e histórica del ser humano en cualquier tipo de análisis, sociológico, filosófico o de cualquier otro tipo. Ese idealismo también explica el interés que en ese tipo de perspectivas ha tenido la teología y los pensadores católicos y protestantes: más allá del interés en las conclusiones del análisis (que casi siempre giran en torno a la posibilidad de acceder desde la “vivencia” hasta la trascedencia), lo que se comparte es una misma perspectiva, una consideración de los problemas esencialista, más allá de las contingencias sociales e históricas.

El “espíritu democrático”, la ideología hegemónica en el mundo de hoy, tiene una vigencia bastante reciente: aunque existieran democracias, el “espíritu liberal” propio del mundo anglosajón ocupaba un lugar totalmente marginal en el mundo intelectual y en la “esfera pública”. Conceptos como los de tolerancia, diálogo, respeto, derechos humanos… no tenían entonces la difusión e importancia que les concedemos ahora. (El espíritu antidemocrático, el desprecio del adversario que se observa en nuestra II República sería común a otros países europeos y explicaría el apoyo popular al totalitarismo; habría que explicar el porqué de la facilidad con que los “valores democráticos” se instalaron en las sociedades anglosajonas y de la dificultad para imponerse en los países europeos).

Es importante señalar que esos valores hoy en día están presentes “a pie de calle” y no sólo en el ámbito de las élites políticas e intelectuales; esa es la prueba del éxito de esa ideología. El éxito es tan rotundo que puede hablarse de un “pensamiento único” que no admite oposición.

Importancia en este proceso de las reivindicaciones sociales de los años 60: derechos civiles de las minorías (negros en EEUU). Los medios de comunicación de masas ayudan a la máxima difusión de estos movimientos.

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