2012.06.30 – Los intelectuales fascistas y el miedo a la mediocridad

El “miedo a la mediocridad” podría estar en la base de la atracción por las ideologías radicales en la intelectualidad de entreguerras: lo que se rechaza es la mediocridad de la vida cotidiana propia de las sociedades modernas; lo que esas ideologías prometen es una existencia verdadera, auténtica, heroica, al servicio de unos ideales trascendentes. Es imposible desligar esa visión crítica de la modernidad del carácter de “intelectuales” de estos autores, en sentido sociológico: más allá de su procedencia social, todos ellos tienen en común un alto “capital cultural” que les concede un sentimiento de superioridad sobre el “hombre común”. Esa superioridad no se ve correspondida por las tareas rutinarias que le son asignadas por la sociedad moderna; de ahí que se vea en las utopías radicales no solo una utopía en la que ellos ocuparán una posición hegemónica, sino, sobre todo, una tarea vital a la que entregarse con entusiasmo: más allá de su realización histórica, el mero hecho de luchar por esos ideales ya les confiere un sentimiento de nobleza, de superioridad moral, redimiéndoles de su mediocridad cotidiana.

Por tanto, el desencantamiento del mundo estaría detrás de la atracción por las ideologías radicales; se puede comprobar fácilmente atendiendo a los textos autobiográficos de estos intelectuales, en el énfasis que ponen en los ideales que les guiaban, el rechazo de la vida burguesa, acomodada, a la que por su origen social podrían entregarse sin problemas.

El éxito de Heidegger entre la intelectualidad europea radicaría en gran medida en su análisis crítico de la existencia cotidiana considerada como inauténtica; con ello Heidegger se convierte en el portavoz de una insatisfacción general a toda la intelectualidad de la época. Algo similar podría decirse del elitismo del Ortega de La rebelión de las masas. En lo que respecta a los radicalismos de izquierdas, ese elitismo no es tan patente pero también está presente en las teorías de la “minoría dirigente” de Lenin; además siempre está presente el sentimiento de estar luchando por un ideal, de no conformarse con la vida cotidiana que ofrece la sociedad moderna. La clave está en el anhelo de una vida heroica.

El “enigma” del triunfo de estas ideologías entre lo más selecto de la intelectualidad europea de la época solo puede aclararse desde esta perspectiva: una perspectiva “emic” que tenga en cuenta la propia percepción que tenían los intelectuales de su vida como una tarea heroica, ejemplar, entregada a la consecución de un ideal. Lo que se rechaza, más allá de las teorías económicas y sociales que se defiendan, es la vida cotidiana, vulgar, sin ideales. La crítica no es tanto hacia un modelo de sociedad como hacia una forma de entender la vida, propia de la sociedad moderna.

Todo ello no significa que haya que desechar ese “idealismo”, esa “actitud ante la vida” que busca contribuir a hacer un mundo más ajustado a nuestros ideales; lo que hay que criticar es la concepción heroica de esa tarea: la ética debe verse como algo común, vulgar. No se trata de ser un “santo”, objeto de adoración y de hagiografías, o de ser un “héroe”, como Don Quijote. En estos dos casos la virtud no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar la gloria: el auténtico fin no es un mundo mejor, sino una vida heroica. Lo que pretenden los santos y los héroes, bajo la excusa del idealismo, es su propia glorificación. Habría que considerar como lo auténticamente heroico la renuncia al heroísmo, la aceptación de la mediocridad, de nuestro anonimato; no ver en ello un motivo de desilusión, como si la vida fuera injusta con nosotros, como si no se nos reconociera nuestro esfuerzo. Antes bien, habría que considerar ese anonimato, esa mediocridad, como la mejor recompensa que podemos recibir, en la medida en que nos garantiza que nuestros esfuerzos no están consagrados hacia nosotros mismos sino hacia nuestros ideales.

2012.06.15 – Más comentarios a «Mirabeau o el político», de Ortega y Gasset, y otros comentarios a textos de Julián Marías

Marías, memorias, p. 854: “Para la mayoría de las personas, la vida discurre por cauces definidos exteriormente por una serie de engranajes: vida doméstica, trabajos, compromisos sociales, costumbres. En muchos casos, el individuo tiene muy poca libertad, casi toda su jornada está prefigurada y se convierte en un automatismo; y también la estructura de los periodos más dilatados, por ejemplo cada año. En ocasiones esto está sustituido por el “desorden”, y así en lo que se llamaba en otro tiempos “bohemia”; pero si se mira bien, se descubre que la vida de los que la seguían solía ser de una considerable monotonía, el desorden no era casi nunca indicio de mayor libertad, sino de ausencia de proyecto.”

  • La libertad está en la sujeción a un proyecto; lo contrario es la monotonía, el “no tener nada que hacer”.

Ortega, “Mirabeau o el político”

p. 623: “Tampoco debe extrañarnos la afición a la farsa que revela la vida de Mirabeau. Una y otra vez le sorprendemos mintiendo descaradamente. Al intelectual de casta le sobrecoge siempre ese don de la mentira que posee el gran político. Tal vez, en el fondo, envidia esa tranquilidad prodigiosa con que los hombres públicos dicen lo contrario de lo que piensan, o piensan lo contrario de lo que están viendo con sus propios ojos. Esta envidia descubre ingenuamente la virtud específica del buen intelectual. Su existencia radica en el esfuerzo continuo por pensar la verdad y una vez pensada decirla, sea como sea, aunque le despedacen. Este es el máximum de acción que al intelectual corresponde”. “Recíprocamente, al gran político le maravilla ese heroico servi- [p. 624] cio a la verdad que informa la vida del buen intelectual. (…) Cada uno de ambos proyecta sobre el otro su propia constitución, y al ver que en él da resultados contrarios, atribuye éstos a un esfuerzo gigantesco. Pero la verdad es que ni la mentira cuesta nada al político ni la veracidad al intelectual. Una y otra manan naturalmente de su distinta condición.”

  • Adverbio “naturalmente”: no es una elección, se hace sin esfuerzo como resultado de su condición; de nuevo, el determinismo, la falta de responsabilidad: la virtud no es el resultado de una elección sino consecuencia de una “condición”, de la naturaleza del sujeto.
  • “Virtudes específicas”; contraposición explícita entre el intelectual/la verdad/el pensamiento y el político/la mentira/la acción.

“El intelectual vive, principalmente, una vida interior, vive consigo mismo, atento a la pululación de sus ideas y emociones. (…) El hombre de acción, en cambio, no existe para sí mismo, no se ve a sí mismo. El ruido de fuera, hacia el cual su alma está por naturaleza proyectada, no le deja oír el rumor de su intimidad. Falta ésta de atención y cultivo, anda desmedrada. Sorprende notar que todos los grandes hombres políticos carecen de vida interior. No es paradoja decir que no tienen personalidad. La tienen sus actos, sus obras; pero no ellos. Por esta razón – el fenómeno es muy curioso – no son interesantes”, lo cual explica que “los grandes hombres políticos (…) no hayan conseguido nunca, nunca, valiosos triunfos sobre la mujer”.

  • De nuevo se desliza la palabra “naturaleza”.
  • A las oposiciones anteriores se añaden dos: interior/exterior, e interesante/falto de interés (matiz erótico del adjetivo “interesante”).

[p. 625] “Impulsividad, turbulencia, histrionismo, imprecisión, pobreza de intimidad, dureza de piel, son las condiciones orgánicas, elementales, de un genio político. Es ilusorio querer lo uno sin lo otro, y es, por tanto, injusto imputar al grande hombre como vicios sus imprescindibles ingredientes.

Pero claro está que no basta poseer éstos para ser un político de genio. Es preciso agregar el genio.”

  • “Condiciones orgánicas” a las que se superpone el “genio”.
  • Lo que Ortega caracteriza no es un “político real” sino un “político ideal” (a pesar de lo que dice al comienzo del texto), un personaje literario, romántico. Ortega no es consciente de la historicidad de su perspectiva, de que esos rasgos del político no están en la realidad sino en su punto de vista (es éste el que le lleva a privilegiar unos determinados políticos sobre otros).

[p. 627] “…el hombre público necesita las cualidades más extrañas, algunas de ellas de apariencia viciosa, y aun no sólo de apariencia. Son los cimientos subterráneos, las oscuras raíces que sustentan el gigantesco organismo de un gran político.

Me importaba mucho poner al descubierto esas potencias demoníacas, casi puramente zoológicas, que proporcionan la energía [p. 628] necesaria para el movimiento de tan enorme máquina como es uno de estos hombres creadores de historia.”

“…no creo posible la salvación de Europa si no se decide la humanidad de Occidente, perforando todos los prejuicios y remilgos de una vieja civilización, a buscar el contacto inmediato con la más nuda realidad de la vida, es decir, a aceptar ésta íntegramente en todas sus condiciones, sin aspavientos de un artificioso pudor. Durante siglos se ha obstinado Europa en evitar ese sincero reconocimiento. Una hipocresía radical nos ha llevado a no querer ver de la vida lo que las sucesivas morales declaraban indeseables, como si esto bastase para poder prescindir de ellas. No se trata de pensar que todo lo que es, puesto que es, además debe ser, sino precisamente de separar, como dos mundos diferentes, lo uno y lo otro.”

  • Europa necesita ser salvada.
  • Escisión entre lo real y lo ideal, “dos mundos diferentes”.

“Asia es conformista: para ella lo que es, debe ser. Europa es reformista: para ella lo que no debe ser, no es. Si algún sentido trascendente tiene el hecho de la convivencia intercontinental que [p. 629] caracteriza al siglo presente, será, a no dudarlo, hacer posible el mutuo complemento de esas dos tendencias exclusivas: la reforma emanada de una previa conformidad con lo real; la modificación ideal de la vida, que parte de haber reconocido previamente sus condiciones.”

  • Una nueva oposición, esta vez “geopolítica”: Asia frente a Europa, conformismo frente a reformismo.
  • Característico de este tipo de escritos: mezcolanza de todo tipo de cuestiones al hilo de la cuestión central: Ortega se ha referido de pasada al donjuanismo, la ética, la Revolución Francesa… Ahora hace una referencia de actualidad (la necesidad de “salvar” a Europa) e introduce una visión esencialista de Europa y Asia: define el “espíritu” de los dos continentes (es significativo lo fácil que se percibe el anacronismo de este tipo de observaciones, al igual que sucede con las referencias a la mujer: propio de la época de Ortega, y totalmente desfasado por la evolución de nuestra percepción de lo social y de lo histórico: no cabe hablar tan a la ligera de “Asia” y “Europa” como si fueran entidades homogéneas a lo largo de la historia, y tampoco cabe hablar de “las mujeres” tal como lo hace Ortega, como si tuvieran una naturaleza específica, peculiar, distinta de la masculina; lo cierto es que, más en general, no cabe tener una visión tan “naturalista” del ser humano y de sus realizaciones sociales como la tiene Ortega; el hecho de que sea precisamente Ortega (introductor en la filosofía española de la visión sociohistórica y perspectivista de la realidad humana) el que caiga en este tipo de “errores” (errores para nosotros, no para el intelectual de la época) prueba hasta qué punto estaban difundidos, tenían vigencia en la época esta serie de tópicos, de lugares comunes: ni siquiera Ortega pudo librarse de ellos (y tampoco Marías, su principal discípulo).)

Marías, Introducción a la filosofía, final del apartado 1: “La historia se venga, por la sencilla fuerza de las cosas, de todos los intentos de eludirla”; cualquier intento de presentar una realidad histórica como natural, “eterna”, es doblemente significativo de su propia historicidad y, por ello, anacrónico de raíz.

Apartado 2: Historicidad de los problemas y de las soluciones: hay problemas que aparecen en un determinado momento histórico y que luego dejan de serlo (por ejemplo, el de los universales en la Edad Media), no porque hayan sido resueltos sino porque han dejado de tener interés: ya no son “problemáticos”.

2012.05.02 – Una cita de «La muerte en Venecia», de Thomas Mann: el heroísmo de la debilidad

Mann, La muerte en Venecia: “Ya desde sus comienzos, un agudo crítico, al hablar del tipo de héroe preferido por Aschenbach, y que dominaba toda su obra, había escrito que “podía imaginarse como un tipo de intrepidez varonil, de inteligencia y juventud, que, poseído de altivo rubor, se yergue, inmóvil, apretando los dientes, mientras su cuerpo sufre traspasado por lanzas y espadas”. Esta observación resulta muy bella, muy ingeniosa y muy exacta, a pesar de la excesiva pasividad atribuida al héroe. Porque la serenidad en medio de la desgracia, y la gracia en medio de la tortura, no son sólo resignación; son también actividad y encierran un triunfo positivo. Así, penetrando en el mundo creado por las obras de Aschenbach, veíase el elegante dominio del autor, el dominio de sí mismo, que esconde hasta el último momento a los ojos del mundo fisiológico. La fealdad amarillenta, que logra convertir en puro resplandor el rescoldo apagado que en su interior alienta y que lega a las cumbres más excelsas del reino de la belleza, es igual a la pálida impotencia, que del fondo ardiente del alma saca las fuerzas suficientes para obligar a un pueblo descreído a arrojarse a los pies de la cruz, a “sus” pies. Nada tienen que hacer con eso la amable apostura al servicio vacío y severo de la forma, la vida artificial y aventurera, el ansia y el arte enervadores del falsificador nato. Considerando estos aspectos y otros semejantes, uno llega a dudar de que haya otro heroísmo que el heroísmo de la debilidad. Y, en todo caso, ¿qué especie de heroísmo podría ser más de nuestro tiempo que éste? Aschenbach era el poeta de todos aquellos que trabajaban hasta los límites del agotamiento, de los abrumados, de los que se sienten caídos aunque se mantienen erguidos todavía, de todos estos moralistas de la acción que, pobres de aliento y con escasos medios, a fuerza de exigir a la voluntad y de administrarse sabiamente, logran producir, al menos por un momento, la impresión de lo grandioso. Estos hombres abundan en todas partes, son los héroes de la época.”

Relacionar con la “vida como obra de arte”: la acción como ejemplo a imitar.

Heroísmo de la debilidad: relacionar con Dogville, mito de Cristo.

2012.03.23 – Pedro Cerezo Galán y el concepto de «camino»

Cerezo Galán, Palabra en el tiempo, p. 62:

Dos sentidos del camino: el “escatológico” (bíblico, éxodo de liberación hacia la tierra de la promesa), el “metódico” (helénico, “abrirse camino” en medio de los apuros, consecución de una finalidad concreta a partir de los medios disponibles).

“Hay un tercer sentido del camino, al que llamo “hispánico-heroico” por estar representado emblemáticamente por la figura de Don Quijote. La expresión que más cuadra en este caso es la de “echarse al camino”, lo que han hecho, aunque con diferente propósito, los misioneros como los bandoleros, los pícaros, los conquistadores y los fundadores. El camino representa aquí la vida a la intemperie, al filo mismo, no ya de la dificultad, como en los griegos, sino de la adversidad, para convertirla mediante el esfuerzo heroico en el brillo de la fama o en el esplendor de la obra. Lo que se busca en el camino es ahora la aventura – estar a los cuatro vientos en todas las encrucijadas – y también, claro está, la hazaña – lo que sólo puede hacerse en el camino –, que es el campo de batalla, en que pueden medirse el arrojo y la fe del caballero con los poderes de la antifé y la positividad.

Salta a la vista la diferencia con los sentidos “escatológico” y “metódico” respectivamente. Echarse al camino no es ni encaminamiento hacia lo Trascendente ni constructividad hacia determinadas metas. Dicho de otro modo, el camino no tiene dirección. De ahí que muchas veces el caballero confíe las riendas al instinto de su caballo. Lo que se encuentra en el camino, no son ni tentaciones que vencer ni problemas objetivos que resolver, sino resistencias que superar y poderes ciegos que combatir. En fin, lo que importa en el camino es el acto de la fundación, el dejar constancia del propio yo en la obra y hacer de ésta un testimonio perenne de la fecundidad del esfuerzo. El caballero escapa del “imperio de la necesidad y la ley” y por eso no busca en el fondo otra cosa [p. 63] que la libertad de vivir en creación continua, evitando la inercia del mundo e incluso de la propia obra, que ha de ser trascendida y renovada constantemente. Si tuviera que representar el tiempo de esta aventura-hazaña, elegiría la figura de la espiral; es ciertamente infinito, a semejanza del tiempo bíblico, porque admite la posibilidad de un perpetuo trascendimiento; pero a la vez curvo, porque está replegado sobre la interioridad del propio yo. Sin duda, su figura es el espectro de Don Quijote: una lanza al viento y una cabeza pensativa que se dobla por la gravedad de sus sueños, sobre los hombros nervudos, casi de raíces, de un luchador.”

Este tercer sentido del camino podría llamarse “sentido ético-estético”: el camino como “obra de arte”, como algo que es creado como una “finalidad sin fin” que encuentra en sí misma su propia justificación. ¿Carácter específicamente moderno de este tipo de “camino, o se podrían encontrar antecedentes? Quizás el “camino” de los santos esté más cercano del sentido bíblico, aunque habría que señalar la cercanía de este “camino de perfección” con la visión ético-estética.

2007.05.09 – Aburrimiento y modernidad

El aburrimiento es el auténtico problema de la sociedad actual, es el tema de nuestro tiempo. La modernidad es consustancial al aburrimiento: el ennui, el mal del siglo, Don Quijote, Madame Bovary, Don Juan… la búsqueda de un camino diferente a la mediocridad se convierte en el principal anhelo. La genialidad, ya sea ética o estética, épica o lírica, intelectual o erótica, es el ideal del antihéroe moderno. Nada peor que la vulgaridad y la rutina. Nacemos condenados al aburrimiento y la mediocridad, y nuestra vida sólo puede encontrar su sentido luchando contra esa condena.