2012.06.15 – Más comentarios a «Mirabeau o el político», de Ortega y Gasset, y otros comentarios a textos de Julián Marías

Marías, memorias, p. 854: “Para la mayoría de las personas, la vida discurre por cauces definidos exteriormente por una serie de engranajes: vida doméstica, trabajos, compromisos sociales, costumbres. En muchos casos, el individuo tiene muy poca libertad, casi toda su jornada está prefigurada y se convierte en un automatismo; y también la estructura de los periodos más dilatados, por ejemplo cada año. En ocasiones esto está sustituido por el “desorden”, y así en lo que se llamaba en otro tiempos “bohemia”; pero si se mira bien, se descubre que la vida de los que la seguían solía ser de una considerable monotonía, el desorden no era casi nunca indicio de mayor libertad, sino de ausencia de proyecto.”

  • La libertad está en la sujeción a un proyecto; lo contrario es la monotonía, el “no tener nada que hacer”.

Ortega, “Mirabeau o el político”

p. 623: “Tampoco debe extrañarnos la afición a la farsa que revela la vida de Mirabeau. Una y otra vez le sorprendemos mintiendo descaradamente. Al intelectual de casta le sobrecoge siempre ese don de la mentira que posee el gran político. Tal vez, en el fondo, envidia esa tranquilidad prodigiosa con que los hombres públicos dicen lo contrario de lo que piensan, o piensan lo contrario de lo que están viendo con sus propios ojos. Esta envidia descubre ingenuamente la virtud específica del buen intelectual. Su existencia radica en el esfuerzo continuo por pensar la verdad y una vez pensada decirla, sea como sea, aunque le despedacen. Este es el máximum de acción que al intelectual corresponde”. “Recíprocamente, al gran político le maravilla ese heroico servi- [p. 624] cio a la verdad que informa la vida del buen intelectual. (…) Cada uno de ambos proyecta sobre el otro su propia constitución, y al ver que en él da resultados contrarios, atribuye éstos a un esfuerzo gigantesco. Pero la verdad es que ni la mentira cuesta nada al político ni la veracidad al intelectual. Una y otra manan naturalmente de su distinta condición.”

  • Adverbio “naturalmente”: no es una elección, se hace sin esfuerzo como resultado de su condición; de nuevo, el determinismo, la falta de responsabilidad: la virtud no es el resultado de una elección sino consecuencia de una “condición”, de la naturaleza del sujeto.
  • “Virtudes específicas”; contraposición explícita entre el intelectual/la verdad/el pensamiento y el político/la mentira/la acción.

“El intelectual vive, principalmente, una vida interior, vive consigo mismo, atento a la pululación de sus ideas y emociones. (…) El hombre de acción, en cambio, no existe para sí mismo, no se ve a sí mismo. El ruido de fuera, hacia el cual su alma está por naturaleza proyectada, no le deja oír el rumor de su intimidad. Falta ésta de atención y cultivo, anda desmedrada. Sorprende notar que todos los grandes hombres políticos carecen de vida interior. No es paradoja decir que no tienen personalidad. La tienen sus actos, sus obras; pero no ellos. Por esta razón – el fenómeno es muy curioso – no son interesantes”, lo cual explica que “los grandes hombres políticos (…) no hayan conseguido nunca, nunca, valiosos triunfos sobre la mujer”.

  • De nuevo se desliza la palabra “naturaleza”.
  • A las oposiciones anteriores se añaden dos: interior/exterior, e interesante/falto de interés (matiz erótico del adjetivo “interesante”).

[p. 625] “Impulsividad, turbulencia, histrionismo, imprecisión, pobreza de intimidad, dureza de piel, son las condiciones orgánicas, elementales, de un genio político. Es ilusorio querer lo uno sin lo otro, y es, por tanto, injusto imputar al grande hombre como vicios sus imprescindibles ingredientes.

Pero claro está que no basta poseer éstos para ser un político de genio. Es preciso agregar el genio.”

  • “Condiciones orgánicas” a las que se superpone el “genio”.
  • Lo que Ortega caracteriza no es un “político real” sino un “político ideal” (a pesar de lo que dice al comienzo del texto), un personaje literario, romántico. Ortega no es consciente de la historicidad de su perspectiva, de que esos rasgos del político no están en la realidad sino en su punto de vista (es éste el que le lleva a privilegiar unos determinados políticos sobre otros).

[p. 627] “…el hombre público necesita las cualidades más extrañas, algunas de ellas de apariencia viciosa, y aun no sólo de apariencia. Son los cimientos subterráneos, las oscuras raíces que sustentan el gigantesco organismo de un gran político.

Me importaba mucho poner al descubierto esas potencias demoníacas, casi puramente zoológicas, que proporcionan la energía [p. 628] necesaria para el movimiento de tan enorme máquina como es uno de estos hombres creadores de historia.”

“…no creo posible la salvación de Europa si no se decide la humanidad de Occidente, perforando todos los prejuicios y remilgos de una vieja civilización, a buscar el contacto inmediato con la más nuda realidad de la vida, es decir, a aceptar ésta íntegramente en todas sus condiciones, sin aspavientos de un artificioso pudor. Durante siglos se ha obstinado Europa en evitar ese sincero reconocimiento. Una hipocresía radical nos ha llevado a no querer ver de la vida lo que las sucesivas morales declaraban indeseables, como si esto bastase para poder prescindir de ellas. No se trata de pensar que todo lo que es, puesto que es, además debe ser, sino precisamente de separar, como dos mundos diferentes, lo uno y lo otro.”

  • Europa necesita ser salvada.
  • Escisión entre lo real y lo ideal, “dos mundos diferentes”.

“Asia es conformista: para ella lo que es, debe ser. Europa es reformista: para ella lo que no debe ser, no es. Si algún sentido trascendente tiene el hecho de la convivencia intercontinental que [p. 629] caracteriza al siglo presente, será, a no dudarlo, hacer posible el mutuo complemento de esas dos tendencias exclusivas: la reforma emanada de una previa conformidad con lo real; la modificación ideal de la vida, que parte de haber reconocido previamente sus condiciones.”

  • Una nueva oposición, esta vez “geopolítica”: Asia frente a Europa, conformismo frente a reformismo.
  • Característico de este tipo de escritos: mezcolanza de todo tipo de cuestiones al hilo de la cuestión central: Ortega se ha referido de pasada al donjuanismo, la ética, la Revolución Francesa… Ahora hace una referencia de actualidad (la necesidad de “salvar” a Europa) e introduce una visión esencialista de Europa y Asia: define el “espíritu” de los dos continentes (es significativo lo fácil que se percibe el anacronismo de este tipo de observaciones, al igual que sucede con las referencias a la mujer: propio de la época de Ortega, y totalmente desfasado por la evolución de nuestra percepción de lo social y de lo histórico: no cabe hablar tan a la ligera de “Asia” y “Europa” como si fueran entidades homogéneas a lo largo de la historia, y tampoco cabe hablar de “las mujeres” tal como lo hace Ortega, como si tuvieran una naturaleza específica, peculiar, distinta de la masculina; lo cierto es que, más en general, no cabe tener una visión tan “naturalista” del ser humano y de sus realizaciones sociales como la tiene Ortega; el hecho de que sea precisamente Ortega (introductor en la filosofía española de la visión sociohistórica y perspectivista de la realidad humana) el que caiga en este tipo de “errores” (errores para nosotros, no para el intelectual de la época) prueba hasta qué punto estaban difundidos, tenían vigencia en la época esta serie de tópicos, de lugares comunes: ni siquiera Ortega pudo librarse de ellos (y tampoco Marías, su principal discípulo).)

Marías, Introducción a la filosofía, final del apartado 1: “La historia se venga, por la sencilla fuerza de las cosas, de todos los intentos de eludirla”; cualquier intento de presentar una realidad histórica como natural, “eterna”, es doblemente significativo de su propia historicidad y, por ello, anacrónico de raíz.

Apartado 2: Historicidad de los problemas y de las soluciones: hay problemas que aparecen en un determinado momento histórico y que luego dejan de serlo (por ejemplo, el de los universales en la Edad Media), no porque hayan sido resueltos sino porque han dejado de tener interés: ya no son “problemáticos”.