2017.02.01 – De nuevo sobre hechos e interpretaciones

Toda disciplina (o todo paradigma) se construye en torno a una distinción fundamental entre hechos e interpretaciones: siempre hay una base material que resulta indiscutida, y una serie de afirmaciones en torno a esa base que resultan objeto de discusión. La filosofía se encuentra en un nivel distinto, ya que se sitúa al margen de esa distinción y va más allá de la distinción entre hechos e interpretaciones para discurrir sobre su sentido. El error de negar la existencia de “hechos objetivos” en una disciplina consiste en adoptar la perspectiva del filósofo en lugar de la del científico: para el filósofo no tiene sentido hablar de hechos objetivos, pero para el científico esos hechos son la base y el fin último de su trabajo. Por otro lado, hay otro error implícito en el de “jugar a ser filósofo”: el de considerar que el punto de vista del filósofo es superior, más verdadero que el del científico. Se trata de un prejuicio consecuencia de siglos de prestigio de la filosofía como ciencia superior.

2016.01.21 – Verdad e historicidad

Tras la crisis de la modernidad (crisis de la visión objetivista, positivista, del conocimiento; desarrollo de la sociología, progresiva conciencia de la historicidad de lo social, etc.) se ha consolidado un “paradigma”, un modo básico de comprensión de la realidad que podríamos llamar “paradigma posmoderno” si no fuera por las discusiones acerca del significado exacto de ese adjetivo. Más allá de la denominación, es evidente en todos los ámbitos de la sociedad (tanto en los ámbitos académicos como en la “esfera pública”) la presencia de una serie de ideas-fuerza más o menos estructuradas en un conjunto ideológico difuso y disperso, pero con cierta coherencia. Una de esas ideas-fuerza es que la objetividad no existe y que el conocimiento, al ser producto de sujetos, es subjetivo y relativo. La verdad depende de las circunstancias históricas y sociales: no hay una verdad eterna, que sea válida al margen del contexto en que se produce.

Esa idea-fuerza tiene su origen en la toma de conciencia, durante el siglo XIX, del carácter histórico y social del conocimiento humano. El papel fundamental en esa toma de conciencia lo tuvo Marx, con la creación y difusión del concepto de “ideología”. Marx distingue el conocimiento verdadero, “científico”, del falso, el “ideológico”, producido por la infraestructura social con objeto de mantener sus propias condiciones de existencia. Posteriormente, el nacimiento y desarrollo de la sociología como ciencia condujeron a la negación de la distinción entre conocimiento científico e ideológico, quitando así las connotaciones negativas del concepto de “ideología”: para Mannheim, y para cualquier sociólogo, todo conocimiento, incluso el veradero, es ideológico, en la medida en que tiene su origen y sustrato en una realidad social. Por tanto, el conocimiento siempre remite a su origen histórico y social. Ahora bien, llevando a sus últimas consecuencia la idea de Mannheim, para que ese carácter ideológico del conocimiento supone también su relatividad: el conocimiento no es objetivo, sino producto de sujetos condicionados por su ideología, lo que parece tener como consecuencia lógica el que los resultados de su investigación sean también relativos y subjetivos.

Desde este punto de vista, lo que nos resulta sorprendente es la permanencia a lo largo de la historia de las verdades científicas, como si fueran inmutables a los cambios históricos y sociales. Ello parece en contradicción con la teoría de la historicidad del conocimiento. Eso es lo que hay que explicar hoy en día: es un hecho que hay conocimiento transhistórico, lo que hay que hacer es entender por qué lo es, por qué somos capaces de trascender la historia.

Curiosamente, antes de la modernidad las verdades científicas no provocaban estos problemas epistemológicos (la novedad está en Kant, el primero que se pregunta por qué es posible la ciencia: influencia de Hume). La ausencia de cuestionamiento se debe al paradigma religioso en el que se vivía: falta de conciencia de la historicidad y el relativismo. Nada más natural que la existencia de verdades inmutables.

Lo que muestra la evolución de los estudios sobre la generación del 98 es que, más allá de los rasgos de la investigación más directamente ideológicos, hay un sustrato de conocimientos básicos sobre los materiales literarios investigados cuya validez se mantiene intacta a lo largo de la polémica: las posturas de los contendientes se fundamentan en un consenso común acerca de la materia de estudio. Además de ese sustrato de “conocimientos empíricos”, el marco de comprensión “epocal” permite una comprensión de la época mucho menos rígida que la enfrentista

Criterios “formales” para preferir la perspectiva epocal sobre la enfrentista.

Pero también hay “criterios materiales”: se ha demostrado como falsa la influencia del Desastre sobre los noventayochistas, y el enfrentamiento modernistas-noventayochistas, ni siquiera considerada como un enfrentamiento “etic”, producto tan solo de la perspectiva de los lectores.

2016.01.16 – Teoría del cabreo

-Teoría del cabreo

1. Existe una tendencia natural al cabreo.

2. Esa tendencia se presenta en distintos grados dependiendo de cada individuo: hay gente más propensa a cabrearse que otra; además, la tendencia se puede reprimir mediante la educación, la autoconciencia, etc.

3. La intensidad de un cabreo está en función tanto de la gravedad del hecho que lo provoca como del grado de “tendencia al cabreo” presente en el individuo cabreado.

4. La gravedad del hecho que provoca un cabreo es relativa al contexto: en un contexto de tranquilidad (pongamos por ejemplo, la vida de un jubilado, o de un rico) el cabreo lo provocarán nimiedades, pero en un contexto más agitado (un divorcio, un despido, etc.) el cabreo lo provocarán sucesos importantes.

5. Conclusión: los hechos no tienen importancia objetiva sino subjetiva, esto es, son importantes porque les damos importancia [en realidad la conclusión es la premisa de la teoría…]

(la teoría del cabreo tendría su correlato en una “teoría del subidón” en la que se mostraría lo mismo pero en relación con las cosas que nos hacen felices).