Sobre el espectáculo de flamenco y poesía de Javier Villán: es muy triste comprobar hasta que punto el “tema de España” se ha convertido en algo rancio, trasnochado y anacrónico. Lo peor de todo es la sospecha de que, ya en su momento, ese tipo de literatura había nacido anacrónica, fuera de su época. El carácter elitista del literato y de su público (círculo cerrado de la literatura y su público) les impedía darse cuenta de que el problema “patriótico” era un problema falso. Cualquier consideración política que prescinda de lo social y económico resulta falsa, encubridora, metafísica. En ese sentido, los poemas gallegos del espectáculo demostraron tener una vigencia mayor, al referirse de forma directa a la realidad social de la época (si bien, precisamente, ese carácter social, “de protesta”, perjudica sus valores literarios intrínsecos).
Sobre “Nuestra hermana pequeña”: la película tiene buenas críticas por su intención (plenamente conseguida) de apartarse del típico folletín familiar, con sus típicos clímax dramáticos. En “Nuestra hermana pequeña” lo dramático siempre aparece mitigado por un componente de “buenrollismo” (los comentarios irónicos en el funeral, el componente humorística de todas las discusiones entre las hermanas, etc.). Ahora bien, esa voluntad de “desdramatizar” tiene la consecuencia inevitable de la pérdida de interés dramático. La película se convierte en una sucesión de escenas de la vida cotidiana en la que el carácter exageradamente amable, “antidramático”, de todo lo que sucede solo puede conducir al desinterés del espectador y al carácter artificial del conjunto: a fuerza de apartarse de los clichés dramáticos al uso, la película resulta artificial. Se pretende retratar la realidad, pero en lugar de eso se recurre a un “anticliché” tan artificial como el modelo que se intenta rechazar. Aún por encima este anticliché tiene la desventaja de ser mucho más aburrido e intrascendente que el modelo que rechaza. Lo mismo sucede con cualquier retrato de la vida cotidiana que rechace la construcción de una tensión narrativa o dramática (tanto en la literatura como en el cine). La única forma de convertir lo cotidiano en arte sin caer en la trivialidad o el “buen rollo” sería hacer como en Amarcord: exagerar lo cotidiano para convertirlo en anécdota irrepetible y grandiosa, pero sin que la exageración llegue al extremo de impedir la identificación del espectador con lo que está viendo. En Amarcord no hay tensión narrativa, y la tensión dramática está perfectamente dosificada y combinada con lo humorístico.