2015.10.14 – Sobre el carácter ideológico del prestigio de las humanidades

Carácter ideológico del prestigio de las humanidades. De lo que se trata es de que la gente con mayor capacidad crítica pierdan el tiempo con cosas inútiles. ¿Cómo conseguirlo? Es tan fácil como otorgar el máximo prestigio a la “alta cultura” (no se trata de que la “alta cultura” tenga prestigio porque es útil al sostenimiento del sistema; es evidente que el origen de ese estatus de prestigio no está ahí, sino en el ocio necesario para sostener el trabajo intelectual, ocio solo al alcance de los más poderosos, esto es, de quienes no tenían necesidad de perder el tiempo trabajando. Ahora bien, aunque la génesis de ese prestigio no proceda de su utilidad para el mantenimiento del Sistema, sí que esa utilidad es la base de la permanencia de ese prestigio. Una persona con talento intelectual considerará un desperdicio de su capacidad el dedicarse a tareas tan poco prestigiadas desde el punto de vista intelectual como el derecho, la economía, la ingeniería o la tecnología aplicada. Sin embargo, no es en el ámbito de las grandes teorías filosóficas y científicas (o en las teorías sociológicas, económicas, etc.) donde se juega el desarrollo de la historia actual, sino en el ámbito extraacadémico de la práctica, de la lucha cotidiana por un sueldo, una casa, una pareja estable (o esporádica), etc.

2012.09.21 – Descripción y construcción en Gustavo Bueno

Gustavo Bueno, Teoría del cierre categorial, 4, p. 30: “En general, supondremos que toda descripción es ya una construcción. Pues una descripción de un material, sobre todo si este es complejo – como pueda serlo una lengua gramaticalizada (latín, español, &c.) –, implica clasificaciones, definiciones, ordenaciones, &c. &c., que pueden diferir notablemente de las que hayan practicado otras descripciones llevadas a cabo desde coordenadas diferentes. Consideremos, por ejemplo, desde este punto de vista, [p. 31] la oposición habitual entre una Gramática descriptiva (del español, pongamos por caso) y una Gramática normativa o preceptiva. Esta oposición podría reexponerse, a través precisamente del concepto de «construcción», como una oposición entre un tipo de gramática constructiva (llevada a cabo desde coordenadas saussureanas o hjelmslevianas) y otro tipo de gramática constructiva (desde las coordenadas de Nebrija). Y así como toda descripción implica una construcción, así también toda construcción, por el hecho de ser propuesta (o postulada) como real, contiene una cierta intención normativa. Por otra parte, las normas también pueden tener diferente rango y origen. La Gramática de la Academia – entendiendo la Academia de la Lengua como institución pública contradistinta de la institución universitaria (una Facultad de Filología) – conlleva una normatividad «preceptiva» (normativa o al menos canónica) por débil que ella sea; pero la Gramática descriptiva (según la Escuela de Copenhague) lleva asociada la normatividad académica – ahora en el sentido «universitario» o «científico» – que le confiere su prestigio en el seno de la «comunidad científica». Y esto aún cuando la normatividad de la «Gramática» de la Academia vaya referida al habla – aunque también a su análisis – mientras que la normatividad de la «Gramática» científica vaya referida al análisis del habla – aunque también, indirectamente, al habla misma –. En cualquier caso, la normatividad «preceptiva» (cuasijurídica) asociada a la Gramática de la Academia – que también podría sobreañadirse a una Gramática científica – no puede servir para suponer que la Gramática que no la posea carezca de toda normatividad, como si fuera «meramente descriptiva».”

 

  • El constructivismo de Bueno debe ser subrayado como el aspecto más valioso de su filosofía de la ciencia, y el que permite ponerlo en conexión con desarrollos similares por parte de autores como Bourdieu o Luhmann. Al margen de las divergencias en lo que respecta a los presupuestos filosóficos de partida, todos esos autores subrayan la imposibilidad de un “conocimiento objetivo” (Bueno afirma la objetividad del “tercer mundo”, pero esa objetividad es el resultado de la construcción subjetiva y está condicionada por ella).

 

  • Sobre el carácter normativo de las descripciones: diferencia entre varios tipos de normatividad que puede ser utilizada para diferenciar el conocimiento científico de otras formas de “descripción”. La ciencia aspira a esa “normatividad académica” de que habla Bueno, a la conquista del campo académico de su disciplina respectiva con objeto de convertirse en descripción canónica de lo real. Podría decirse que la transformación de una praxis precientífica en ciencia exige el paso a esa nueva “normatividad académica”: frente a los intereses prácticos que rigen fuera de la ciencia (religiosos, tecnológicos, ideológicos, etc.) la ciencia solo aspira a describir fehacientemente lo real, al margen de cualquier otro tipo de interés; si ese conocimiento puede favorecer el desarrollo tecnológico o la calidad de vida será precisamente por ser un conocimiento “objetivo”, esto es, el interés utilitario es consecuencia de la búsqueda de la verdad en sí misma; la ciencia no se guía por intereses heterónomos, sino por el interés autónomo en la verdad. El ejemplo más obvio es el de las matemáticas. Es un hecho que los conocimientos científicos no se justifican por su utilidad extracientífica, sino tan solo por su verdad. Que a dichos conocimientos se le encuentre alguna utilidad extracientífica ya no es responsabilidad de los científicos. Problema de la ciencia aplicada: aunque sus motivaciones sean prácticas (desarrollo tecnológico) la validez de sus descubrimientos no se mide por su utilidad. (Sin embargo esto está en contradicción con lo anterior).

 

  • Aplicar a las ciencias humanas: paso de unas ciencias humanas ideologizadas a otras neutras, “científicas”, en las que la única normatividad es la académica y la única aspiración la de reflejar la verdad. Frente a ello se alza el desarrollo de perspectivas ideologizadas con el postmodernismo; de ellas se podría decir que siguen siendo científicas en la medida en que aspiran a reflejar una “verdadera” interpretación subjetiva o de clase de la materia de investigación, esto es, se pretende dar una interpretación “parcial” fidedigna de forma que todos los que compartan las condiciones de interpretación podrán compartir la misma. Ya no se trata de describir una supuesta realidad objetiva, sino la realidad del sujeto que interpreta el material investigado. En cualquier caso esa subjetividad declarada tiene unos límites que no puede traspasar: los de los hechos reconocidos como tales por la comunidad científica (autores, obras, datos históricos, etc.).

P. 38: “La descripción es siempre una operación organizativa del campo, constitutiva, práctica, como pueda serlo el mero delinear un mapa. Una operación en la que el ejercicio del momento crítico negativo (ante terceras sociedades o culturas) permanecerá irrepresentado en el supuesto de tener lugar en acuerdo pleno con el «dibujo del mundo» (o la parte del mundo afectado) prevalente en el entorno cultural y social del sujeto que cursa la descripción. La «constitución práctica» aparecerá como «descripción especulativa» en virtud de un proceso similar al que hace que un cuerpo en movimiento (respecto de terceros) aparezca en reposo respecto de un segundo cuerpo que marcha en su misma dirección y velocidad, es decir, que pertenece al mismo «sistema inercial». Cuando este acuerdo no tenga lugar, prevalecerá el momento crítico, que no es necesariamente «destructivo», pero sí segregador y transformador de las mismas configuraciones en las que ha de apoyarse el propio proceso constitutivo de la descripción.

 

  • Uso del concepto de “campo”, igual que Bourdieu. Más allá de la mera coincidencia terminológica, lo relevante es que se señala que todo elemento descrito se sitúa en un fondo, un “campo” previamente constituido y organizado (previo en el sentido lógico, no en el temporal: a la manera de Kant, estamos ante una “condición de posibilidad”).

 

  • Para que una descripción sea especulativa es preciso que se atenga a las configuraciones vigentes; es preciso un acuerdo de partida, un consenso (en este planteamiento está implícito el concepto de “paradigma”). En este tipo de descripciones sigue estando presente la configuración y organización de un campo en el que se sitúa lo descrito, pero esa presuposición es “invisible” por ser compartida por el resto de la comunidad.

Lo que tiene más importancia para nuestros planteamientos gnoseológicos, es la tesis que establece que la constitución de una descripción exenta ha de ponerse en relación con un estado de cosas que esta constitución segrega. «Describir», por tanto, no es meramente presentar, sino simultáneamente alejar, segregar, distanciarse de otras configuraciones que siguen, sin embargo, actuando como punto de partida o base de la reducción. Omnis determinatio est negatio.”

  • La descripción siempre es exenta, siempre delimita un elemento del campo frente al resto. Por tanto, además de contener implícita una organización de ese campo también están implícitas los restantes elementos de la configuración que han quedado excluidos de la descripción. (Tres momentos lógicos de la descripción: lo descrito, lo no descrito y el todo, que no consiste en la mera suma de las partes sino en su configuración: no se trata de un todo numérico sino lógico. Si describimos a un hombre lo distinguimos no solo de todos los demás hombres o seres humanos, sino de cualquier otra realidad potencialmente descriptible. El hecho de describirlo como “hombre” lleva implícitos una serie de presupuestos organizativos (de lo real se selecciona solo lo humano frente a lo que no lo es; de entre lo humano se selecciona solo a uno en particular frente al resto; los elementos de ese hombre que se describen también se seleccionan frente a otros que se consideran irrelevantes).

[p. 39] “En resolución, si tomamos como canon la idea de descripción recién expuesta tendremos que prevenirnos ante las pretensiones que las diversas escuelas de descripcionismo gnoseológico puedan mantener al ofrecernos determinados métodos de «descripción pura» como caminos reales de las ciencias efectivas, como si la descripción, por sí misma, pudiera llevarnos a las mismas bases de la ciencia. La idea de descripción que tomamos como canon nos llevará a preguntar por los «parámetros implícitos» que actúan detrás de esos métodos de descripción pura; porque si los «hechos», los «datos», los «fenómenos», las «vivencias», las «esencias» son presentados como contenidos de descripciones cursadas, habrá de ser debido a que se están segregando o negando parámetros que envuelven a esos hechos, datos, fenómenos, vivencias o esencias. Nada de esto es originario, no ya en la línea de la descripción cursante (lo que suele ser admitido) sino tampoco en la línea de la descripción cursada.”

 

Al igual que hace Gustavo Bueno, partiendo para su teoría de la ciencia del análisis empírico de las ciencias ya existentes, para el estudio de las ciencias humanas hay que partir de su propia praxis. La tradición hermenéutica no se sitúa en una perspectiva metodológica sino filosófica: sus raíces son explícitamente filosóficas (Heidegger y Gadamer, y más allá de ellos Hegel en tanto que origen último de la filosofía moderna, tal y como lo ha señalado Habermas), y su pretensión (explícita en Gadamer) es el desarrollo de una “hermenéutica filosófica” cuyo campo de aplicación es universal, esto es, que no se reduce al ámbito de las ciencias humanas.

Al igual que las “ciencias de la naturaleza”, también las ciencias humanas parten de una praxis extraacadémica, de “conductas de los sujetos operatorios”; en el caso de la historia, el registro de hechos sucedidos para las finalidades más diversas (simbólicas, religiosas, morales, literarias, etc.) precede a una toma de conciencia del valor “científico” de la historia en tanto que descripción de lo realmente sucedido (esto es, el relato tendría un valor autónomo, más allá de cualquier interés “externo”: autonomía frente a heteronomía). Esa ciencia “histórica” no surge hasta el siglo XIX (von Ranke). No contradice este observación el que se subraye desde entonces el carácter necesariamente ideológico de toda construcción histórica, ya que lo que se señala con ello es una limitación para el objetivo señalado: no se afirma que la historia deba ser ideológica (lo que reduciría la historia al carácter de “panfleto”, de propaganda), sino que el objetivo de máxima objetividad es inalcanzable (lo cual, por otra parte, también sucede en las ciencias de la naturaleza, ya que toda descripción de lo real es “construcción”, interviniendo en ella las categorías y conceptos construidos por los seres humanos).

En lo que respecta a los estudios literarios, también hay que esperar hasta el XIX (o el XX) para que el estudio de la literatura deje de tener un carácter prioritariamente preceptivo o ideológico.

Puede decirse que la constitución de una praxis como ciencia exige que su finalidad última sea la objetividad, esto es, el conocimiento de lo real privado de cualquier condicionamiento ideológico, en la medida en que ello sea posible.

2012.03.05 – El problema del relativismo

El problema del relativismo como el “tema de nuestro tiempo”.

Es paradójico que la sociedad contemporánea se fundamente en gran medida en el desarrollo tecnológico alcanzado a través de un conocimiento científico firme y seguro, mientras que en lo social e ideológico se desarrolla simultáneamente el relativismo en todas sus dimensiones (moral, religioso, epistemológico, etc.). Sin embargo, la paradoja solo es aparente: el conocimiento científico se caracteriza por ser falsable, esto es, cualquier conocimiento científico es susceptible de ser refutado. Por tanto, la ciencia misma se fundamenta en su “falta de fundamento”, esto es, en su negación de la posibilidad de un conocimiento absoluto, de una perspectiva única sobre lo real. Desde la perspectiva del positivismo más ingenuo la ciencia es la verdad que surge frente al error, representado por la visión religiosa del mundo (ese es el relato típico de la Ilustración en el mundo moderno: la lucha de la razón frente al oscurantismo). Sin embargo, no se trata de un enfrentamiento de la verdad frente a la mentira, sino, por decirlo de otro modo, de la “verdad construida” a la “verdad revelada”: lo que cambia es la forma misma de considerar lo verdadero. Estamos ante un modo distinto de construir la oposición verdadero/falso.

¿En qué consiste esa “verdad construida”? En primer lugar, en el reconocimiento reflexivo del carácter constructivo del conocimiento; en la conceptualización típica de la filosofía moderna, ese carácter reflexivo se muestra a través del enfrentamiento entre sujeto y objeto. Posteriormente se reconoce también el carácter histórico y social de ese sujeto, frente al “sujeto puro” de Descartes o Kant. En segundo lugar, en una etapa más reciente, se reconoce la pluralidad de las “regiones de conocimiento”: la reflexividad avanza al hacerse consciente de los diversos modos que tiene el sujeto de construir al objeto (hechos físicos, históricos, literarios, etc.). Ese carácter reflexivo hace imposible la consideración de un fundamento único, absoluto e inmutable del conocimiento: solo un hipotético “sujeto absoluto” sería capaz de ello, pero su misma existencia conllevaría la anulación de la distinción entre sujeto y objeto, por lo que no cabría hablar de conocimiento (relacionar con Kant y su idea imposible del conocimiento directo de la “cosa en sí”). Por tanto, el rasgo esencial que diferencia la “verdad construida” de la “verdad revelada” es la reflexividad, la toma de consciencia del propio método de conocimiento. Una visión dogmática de la realidad solo es posible prescindiendo de cualquier autocrítica sobre el sujeto cognoscente.

Frente a ello parece alzarse la aparente objetividad absoluta del conocimiento científico, especialmente de las ciencias formales, de la lógica y las matemáticas. Sin embargo, el propio hecho de que se trate de ciencias que han evolucionado históricamente debería ser suficiente para mostrar que ese carácter absoluto es solo aparente. A ello podría objetarse que, a pesar de tener un origen histórico, las verdades mostradas (construidas) por esas ciencias parecen tener un valor autónomo, independiente por completo de su génesis. Sin embargo, esto no es así: nuestra comprensión del teorema de Pitágoras difiere radicalmente de la que podían tener los griegos antiguos, aunque solo sea porque nuestra concepción de los números y de las relaciones entre ellos han cambiado (para empezar, los griegos no daban una interpretación aritmética del teorema, sino exclusivamente geométrica). Podría seguir alegándose que las diferencias de interpretación en realidad corroboran la autonomía del teorema, ya que su validez es independiente de cómo se interprete. Pero se sigue cayendo en el error de tomar el punto de vista “emic” como un punto de vista “etic”. El concepto mismo de “conocimiento objetivo”, universalmente válido, tiene un origen y una validez histórica muy determinadas: está en función de toda una serie de presupuestos epistemológicos que no son tomados en consideración por quienes tienen una visión dogmática de las verdades científicas. (Aún así, la explicación de la pervivencia histórica de esas verdades es un problema filosófico de primera magnitud).