2015.10.14 – Sobre el carácter ideológico del prestigio de las humanidades

Carácter ideológico del prestigio de las humanidades. De lo que se trata es de que la gente con mayor capacidad crítica pierdan el tiempo con cosas inútiles. ¿Cómo conseguirlo? Es tan fácil como otorgar el máximo prestigio a la “alta cultura” (no se trata de que la “alta cultura” tenga prestigio porque es útil al sostenimiento del sistema; es evidente que el origen de ese estatus de prestigio no está ahí, sino en el ocio necesario para sostener el trabajo intelectual, ocio solo al alcance de los más poderosos, esto es, de quienes no tenían necesidad de perder el tiempo trabajando. Ahora bien, aunque la génesis de ese prestigio no proceda de su utilidad para el mantenimiento del Sistema, sí que esa utilidad es la base de la permanencia de ese prestigio. Una persona con talento intelectual considerará un desperdicio de su capacidad el dedicarse a tareas tan poco prestigiadas desde el punto de vista intelectual como el derecho, la economía, la ingeniería o la tecnología aplicada. Sin embargo, no es en el ámbito de las grandes teorías filosóficas y científicas (o en las teorías sociológicas, económicas, etc.) donde se juega el desarrollo de la historia actual, sino en el ámbito extraacadémico de la práctica, de la lucha cotidiana por un sueldo, una casa, una pareja estable (o esporádica), etc.

2013.05.15 – En torno a la polémica sobre «El nacimiento de la tragedia», de Nietzsche: ciencia y filosofía

Sobre la polémica acerca de El nacimiento de la tragedia, de Nietzsche: desde la perspectiva sociológica es un ejemplo prototípico de la lucha académica por el “cierre” de la disciplina, por mantener el modelo de la “hormiga” científica, trabajadora paciente y “poco ruidosa”, frente al modelo de la “cigarra” diletante que va más allá del círculo de la disciplina para aspirar a una cosmovisión, una filosofía que toma la filología tan solo como un punto de partida. Nietzsche se enfrenta con el espíritu mismo de la ciencia moderna, el espíritu de “mediocridad”, del trabajo ingente para recoger datos y analizarlos con una finalidad “intraacadémica”: se investigan cosas que solo interesan a los propios investigadores. Los críticos de Nietzsche tenían razón: lo que se proponía era la anulación de la conquista del espacio científico y académico propio de la filosofía. En realidad la visión de Nietzsche de la filología se parece al uso premoderno de los conocimientos “científicos” como ejemplo o pretexto para todo tipo de elucubraciones religiosas o metafísicas: los hechos científicos no son considerados interesantes en sí mismos, sino solo cuando se ponen al servicio de intereses “superiores”. En resumen, lo que está en juego en la disputa sobre El nacimiento de la tragedia es la autonomía de la ciencia frente a la tradicional aspiración de la filosofía de erigirse en la sabiduría suprema que se sirve de los conocimientos científicos como base; la ciencia no sería un fin en sí mismo, sino tan solo un medio al servicio de lo realmente importante.

Lo cierto es que, desde el punto de vista de nuestra percepción histórica, parecería que Nietzsche tenía razón: éste es mucho más popular que los filólogos de la época, y El nacimiento de la tragedia tiene un interés, una difusión y una actualidad mucho mayores que los trabajos filológicos rigurosos de la época, que solo interesan a los interesados en la historia de la filología. Sin embargo, esa impresión procede precisamente de nuestra posición en el espacio social: nos interesa Nietzsche porque está fuera del ámbito científico, igual que nosotros. La ciencia se hace para los científicos, pero la filosofía (al menos, la filosofía entendida a la manera de Nietzsche, como “salvación”, como iluminación) se hace “para todos los públicos”, se presenta como algo de interés universal (algo típico de toda la tradición filosófica: frente a cualquier especialización, el filósofo se presenta como el que lo abarca todo para ofrecernos lo realmente importante, lo que interesa a todo el mundo).

El prestigio social de la filosofía podría derivarse de esa “ausencia de cierre”; es más, podría decirse que la característica esencial de la filosofía desde la perspectiva actual es precisamente su falta de especialización: el filósofo lo abarca todo, nada le es ajeno, de ahí que cualquier “diletante” pueda verse interesado en su obra. Al mismo tiempo ese amplísimo público potencial está en relación directa con el prestigio social de la filosofía: a mayor público, mayor prestigio, mayor difusión y repercusión. Frente a esta “filosofía para todos” está la filosofía académica, representada por la tradición escolástica medieval y por la “filosofía filológica” de la actualidad, altamente especializada: filosofía para filósofos. Pero los filósofos que alcanzan auténtica repercusión son los que van más allá de los intereses académicos para saltar a la “esfera pública” con ideas que interesan a todos. Quizás el éxito del ensayismo filosófico francés se deba en gran medida en su habilidad para salir de la esfera propiamente académica en busca de un público lo más amplio posible, aunque también habría que tener en cuenta la importancia de las campañas editoriales y periodísticas que hacen que unos autores sean más difundidos que otros. El éxito en vida de autores como Derrida, Foucault o Barthes debería ser analizado desde un punto de vista sociológico: la explicación de su éxito no es solo interna, en base a su lenguaje, ideas y pretensiones, sino también externa, en función del contexto editorial y periodístico. En cualquier caso, los grandes nombres de la filosofía son casi sin excepción los que han salido del círculo de la “academia” para abrirse a la esfera pública: el canon filosófico lo forman los “filósofos públicos” (una clave para entender la escasa repercusión mediática de Gustavo Bueno: tanto por sus características internas (dificultad terminológica, búsqueda de un público altamente especializado, situación en una tradición filosófica académica) como externas (falta de actualidad de sus planteamientos en relación con las “modas intelectuales” vigentes, “incorrección política” de sus puntos de vista, aislamiento geográfico y académico) es el prototipo de “filósofo académico”; la difusión de sus obras más recientes, de carácter más “público”, se debe más a intereses políticos que propiamente filosóficos, y son reseñados más como curiosidad intelectual que como algo realmente importante).